Viendo llover en Treinta y Tres
La inundación es un acontecimiento. Cuando llega, nuestra relación con la verdad se radicaliza; es como si todos ingresáramos de pronto en una de esas cápsulas de tomografía, donde una luz pavorosa nos atraviesa para que no sea posible ocultar nada de lo que se embosca en nosotros: lo que nace, lo que se está muriendo. Por ejemplo: ante la calamidad, la eficacia del Estado –que cada gobierno promete y que todas las versiones de la oposición reclaman como valor supremo– debe aparecer velozmente, de un modo austero, emancipado –esta vez sí– de las marañas de la burocracia, claramente distinto de la demagogia que también dispensa colchones y comida caliente. Se trata de someter el agua amorfa, la creciente única, a un protocolo. La política debe geometrizar el...
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