“Nada del amor me produce envidia”
El vestido de gala que luce el maniquí, además de informar al espectador que el único personaje de la obra es una modista o costurera en el período peronista en la vecina orilla, le sirve a ésta como contrapunto para los comentarios y las confesiones que desgrana a propósito de su oficio, y por ende de su vida. Los vaivenes de una tarea que la lleva a lidiar con las imposiciones y los gustos de una clientela que, cada poco tiempo, incluye pedidos de vestidos de novia que disimulen embarazos, afloran ante el público a medida que la protagonista cuenta cómo ha hecho para dejar de lado sus propios reclamos y tolerar a quien sea que se acerca al taller. Las películas de una sufriente Libertad Lamarque que cantaba “Besos brujos” –se informa cuál era la receta...
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