Año grandioso ese 1922. El país había aprobado, poco tiempo antes, la nueva Constitución, después de aquella primeriza de 1830. Allá por marzo, había nacido una niña llamada Concepción Zorrilla de San Martín. También un bebé que se convertiría en un señor muy orondo, muy cáustico, el primer gran dramaturgo nacional después de Florencio: Carlos Maggi. Y otro que ya de chico debía andar revolucionando por allí todo lo que encontrara, desde las tiendas riverenses, para después anclar en este Montevideo, desparramando talento por los medios de comunicación y el teatro. Un hombre llamado Rubén Castillo.
Ya con el verano pidiendo permiso para entrar, asomaba este niño entre jazmines en flor. Husmeando en el jardín de invierno de la Ciudad Vieja, nutriéndose de un universo dominado por gente de p...
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