Selva Almada no es una escritora del lenguaje, pero –por seguir con la clásica antinomia– tampoco es una que “cuenta historias”. Si lo primero es, en primera instancia, evidente, lo segundo requiere aclaración, porque, vamos, contar cuenta. Y en sus narraciones escrupulosamente realistas, la historia cuenta. Quizás sea mucho más adecuado postular que cuando escribe, Almada dice destinos y que esa capacidad para “tocar la vida” nos conmueve. Eso explica que, además del reconocimiento crítico, tenga tantos lectores. Ha venido a recuperar algo que la literatura parecía haber perdido.
Selva Almada nació en Entre Ríos en 1973, pero vivía ya en Buenos Aires cuando descubrió que podía escribir mejor si lo hacía sobre las zonas semirrurales de Paraná o del Chaco donde vivió su infancia y adolescen...
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