Estos tiempos, en que se anuncia el último lector y el fin del libro, parecen haber provocado una resignificación de las bibliotecas. De pronto me equivoco y han sido los 200 años de nuestra Biblioteca Nacional y la preparación de un número aniversario de su revista lo que engaña mi percepción o tuerce mi frágil juicio. No lo creo, pero me parece una obligación honesta prevenir al lector. Admito que entre los avisos catastróficos que estarían amenazando al humanismo estuvo el de declarar obsoletas a las bibliotecas, ya porque habrían sido abandonadas por sus lectores o porque la era digital había sustituido sus soportes y las formas de circulación de la información dejaron de necesitarlas. Sin embargo, esta vez es la biblioteca como lugar la que está adquiriendo un valor reivindicativo inu...
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