IUn café renegrido, áspero, dulce, del que se acepta sólo el primer sorbo como un remedio imprescindible, como una prenda a pagar en un juego, como un peaje aceptado con gusto con tal de estar allí, pasando el tiempo entre otra gente, ajena, próxima, mirándolos. Mirándolos y viendo, al fondo, el mar.
IIHablaban furiosamente quietos, con rápidas ráfagas de palabras letales: —Yo te dije– le dijo. —Esperé que dijeras– murmuró con labios apretados.—¿Entonces, nunca?—Nunca.Murieron los dos sobre la mesa. Se fueron sin ser más los que ahí quedaron.
IIIFumabas mirando hacia la puerta del bar. Fumabas moviendo con cansancio tu larga mano con pulseras de oro. Cuánto debían pesarte. El gesto lento descorría un telón sobre tu cara triste. Finalmente vino. No lo viste.
IV¿Viste que ya lleg...
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