Guillermo fue a caer justo en la esquina de las calles Antonio Bachini y General Nariño, sobre un pequeño cantero tupido de arbustos. Era el martes 7 de julio. Hacía frío. Pasaban algunos minutos de las tres y media de la madrugada. Estuvo allí tendido un rato, jadeante al principio, derramando sangre en las plantas. No mucho rato: advertido de lo ocurrido, su hermano surgió de pronto de la zona del asentamiento Acosta y Lara en una Yumbo roja. Junto con la novia del joven, cargaron el cuerpo –probablemente ya sin vida– y salieron disparando a la policlínica más cercana, jurisdicción de Canelones. Ella lloraba. Nada pudieron hacer para impedirlo los dos policías autores de los disparos –a esa altura, dos sacos de nervios–, que ya habían solicitado por radio la presencia de la emergencia mó...
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