Quijano era avaro para el elogio. Creo que me elogió una o dos notas en todos mis años de Marcha. Pronto me di cuenta de que no debía tomar esa actitud personalmente, porque la repartía equitativamente entre todos. Sin embargo, una vez me hizo un elogio que he recordado durante décadas, y que fue un premio mayor que me dio la cotidianidad con él. A raíz de algo que tenía que ver conmigo, o más bien con algún otro con quien Quijano se había disgustado, me interpeló sorpresivamente: “Ruffinelli –dijo–, entre todos los nefelibatas que hay aquí (y se refería a toda la gente de Marcha), usted es el único que tiene los pies sobre la tierra”. Alguna vez, si discuto con mi mujer y quiero ganar mis argumentos por mi realismo o pragmatismo, le digo: “Vos sabés que tengo los pies sobre la tierra”. M...
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