“Si la inflación llegara al 20 por ciento, el Pbi cayera un cinco o el déficit fiscal fuera de ocho puntos porcentuales (...), casi cualquiera entendería que se trata de malas noticias”, reflexionaba hace un tiempo el economista Mauricio de Rosa. “Ahora –preguntaba– si alguien comenta que el índice de Gini trepó a 0,45, ¿qué quiere decir? ¿Es algo bueno o malo?”1
La primera dificultad para responder a esa pregunta es que para la desigualdad no hay “rango meta”. Nadie parece poder decir dónde estaría la frontera que separa un nivel de desigualdad razonable de otro en el que la concentración de los recursos da a unos pocos un grado de influencia inaceptable sobre la vida de los demás.
Y esto no sería raro porque, según se insiste cada vez que se menciona al economista francés Thomás Piketty,...
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