Una versión muy extendida pero errónea sobre el origen del término “testificar” dice que la palabra proviene de la costumbre romana de apretarse los testículos con la mano derecha cuando se juraba decir la verdad. Esto es falso. Los romanos no se andaban palpando la bolsa escrotal a la hora de testificar, ni decían “me chupa un testigo” cuando algo les daba igual.
No juraban por su virilidad, no se apretaban los genitales ni tampoco se los apretaban otros romanos mientras les decían: “Chiflá, chiflá”. Eso era en el liceo, no en el coliseo.
Así que si paseando por Roma te encontrabas a un grupo de hombres con la mano en la entrepierna, no era que estuvieran testificando, estarían nomás alejando la mala suerte o esperando un tiro libre.
Otra leyenda popular refiere al palpati, que era el encargado de comprobar que el papa era un varón.
Para evitar que una mujer los engañara y resultara elegida papa, un clérigo del Vaticano se encargaba de palpar y comprobar la masculinidad del flamante pontífice.
Para esta labor fue creada una silla especial, con un agujero en el medio, para que un miembro del clero pudiera palpar a otro miembro del clero.
Después de hacer su trabajo, el palpati debía gritar a viva voz y frente a los cardenales presentes: “¡Duos habet et bene pendentes!”, o sea “Tiene dos y cuelgan bien”. Después de esta adivinanza, del nivel de “Pérez anda y gil camina…”, los cardenales respondían al unísono y aliviados: “¡Deo Gratias!”, o sea: “Gracias a Dios”.
La Iglesia nunca confirmó esto oficialmente, cosa que no alcanza para despejar dudas. Si el papa Francisco no se deja besar el anillo, uno piensa que tampoco se dejaría andar manoseando. De todas maneras, siempre hubo sacerdotes católicos a los que no les faltó a quien manosear.
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El filósofo griego Anaxágoras, que vivió en el siglo V antes de Cristo, sostenía que el semen del testículo derecho engendraba varones, y el del izquierdo, niñas. Por eso era común que los hombres de su tiempo se ataran un testículo mientras copulaban, creyendo que de esa manera determinaban el sexo de su descendencia. Pensaban que tenían una máquina expendedora, si buscaban el varoncito, se ataban el izquierdo, y si iban por la nena, se ataban el derecho.
Cuando una madre no quería enterarse del sexo, decía: “Demetrios, no me digas cuál te ataste… ¡sorprendeme!”.
Urano, el “padre cielo” de los antiguos griegos, odiaba a todos sus hijos y los encerró en el inframundo, sin play, sin tablet, sin tele, sin nada.
Un día la madre de los titanes, Gea, decidió liberarlos; fabricó una gran hoz y les pidió ayuda para vengar el ultraje. Sólo Crono, el menor de los hijos, el más mimado seguramente, se atrevió a tomar la hoz y castrar a su padre mientras dormía. Dicen que cuando Crono arrojó los testículos de Urano al mar, iban haciendo sapitos. Y pensar que acá protestan porque en Iemanjá quedan tiradas algunas velas y frutas en la playa Ramírez.
La cuestión es que los genitales de Urano produjeron una espuma blanca de la que nació Afrodita, diosa griega del amor, del deseo y de la sexualidad.
De esa manera, los testículos de Urano fueron los inspiradores del huevo Kinder.