El mismo sitio que la dictadura erigió para ofender su memoria alberga desde la semana pasada, nuevamente, los restos de José Artigas. La ceremonia, realizada bajo el primaveral sol de octubre, fue inevitablemente el espejo de aquella otra de 1977, cuando los militares inauguraron ese espantoso subsuelo ideológico que es el mausoleo de la plaza Independencia. Por aquel entonces, los cívico-militares montaron un escándalo con formato de espectáculo.
Decían que su objetivo era “proteger los sagrados restos del héroe del ataque aleve de que podrían ser objeto por parte de apátridas” y representar, en el nombre de Artigas, a una “generación de orientales que rechazó la locura terrorista”, “derrotó a la barbarie” e “hizo realidad la profecía del profeta”. Treinta y cinco años después, con ...
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