De Creta y Minos, del Egeo y “el crimen del rey de los atridas” a Helena, y a Electra, y a la “máscara de agamenón”, y un poco apenas después, un rápido e intempestivo “nürnberg”, y en seguida la “piedra casi dórica/ del templo de afaia”, y de ahí al “ágora romana” o a la “cúpula en Bizancio” y entonces “Alejandro”, y así. No se debe amedrentar el lector ante tan altas cimas del mito y la civilización. Se puede ir paso a paso, rumiar cada poema, quedarse ahí por un rato. Y sin embargo no, no es cierto. No es cierto porque la música apura, la música tensa con una cuerda como si fueran todos uno y en voz alta, una música que obliga desde el principio (tal vez desde el final) y hace que leamos con urgencia, música que invita a desconocer las unidades en que los poemas están organizados y fluy...
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