“Cuando llego abajo vuelvo a subirme al tobogán/ Donde me detengo, doy vuelta y voy a dar un paseo/ Hasta que llego abajo y te vuelvo a ver.” Esos son los versos iniciales de “Helter Skelter”, una de las canciones más pesadas de los Beatles, incluida en el Álbum blanco (1968). Es considerada, por su sonido estridente, una precursora de ritmos posteriores, como el heavy metal y el punk rock. Para Charles Manson, sin embargo, fue un canto de guerra en tiempos apocalípticos, del mismo modo insólito en que El guardián entre el centeno fue para Mark David Chapman un impulso para matar a John Lennon. Cada loco con su tema. La Nochevieja de 1969, Manson reunió a su séquito con el Álbum blanco de fondo para decirle no sólo que “Helter Skelter” era una revelación, sino también que “Blackbird” advertía sobre el levantamiento de la población afrodescendiente y “Piggies” incitaba al odio a los millonarios. Así con todo el disco.
Los crímenes perpetrados por la Familia Manson el 9 de agosto de 1969 en Los Ángeles han ejercido siempre una curiosa –no exenta de morbosidad– fascinación popular, que con el tiempo no ha hecho otra cosa que expandirse, a tal punto que hoy existe una suerte de universo Manson incrustado en el corazón de la cultura popular. Charles Manson –medio gurú, medio hippie, medio artista, medio asesino; así de variopinto es su currículum vitae– es un ícono pop que ha sido tapa de la revista Rolling Stone y objeto de todo tipo de acercamientos, desde el culto fanático hasta el análisis clínico. Hay una memorabilia mansoniana que vuelve cíclicamente, en diferentes envases, pero girando sobre lo mismo: desde la mediocre serie televisiva Aquarius, con David Duchovny, hasta la muy buena novela Las chicas, de Emma Cline.
Este año, al cumplirse medio siglo de su sangriento opus magnum, con el que clausuró a fuerza de sangre los floridos años sesenta del amor y la paz, Manson es objeto de tres acontecimientos culturales. Dos de ellos corresponden al mundo de la ficción: por un lado, la esperada nueva película de Quentin Tarantino, Había una vez en Hollywood, en la que apenas figura en un par de planos, pero consigue proyectar su sombra a lo largo de todo el metraje; por el otro, la segunda temporada de Mindhunter, la serie sobre asesinos seriales producida por David Fincher, en la que su irrupción, acá sí completamente en foco, supone el clímax de la serie. El tercer acontecimiento mansoniano de 2019 es la reedición en español del libro Helter Skelter. La verdadera historia de los crímenes de la Familia Manson, escrito a cuatro manos por el fiscal del caso, Vincent Bugliosi, y el escritor Curt Gentry. Estamos ante un clásico del true crime que consigue atrapar al lector apelando a la intriga mientras aporta una vastísima documentación sobre el procedimiento judicial. Es, aunque los insumos más frecuentes vengan de otras partes, la mejor puerta de entrada para desentrañar el caso Manson. Todos conocemos el relato popular, pero casi nadie el intrincado procedimiento judicial al que dio lugar.
El sábado 9 de agosto de 1969 la policía llega a una mansión ubicada en el número 10050 de la calle Cielo Drive, en el lujoso barrio angelino de Bel Air, donde se encuentra con cinco cuerpos descuartizados en medio de lo que parece ser un crimen con tintes satánico‑rituales. Al día siguiente la escena se repite en un barrio cercano conocido como Los Feliz, esta vez con dos cuerpos mutilados y las paredes pintadas con sangre. Los departamentos policiales tardarán algún tiempo en vincular ambos casos, en apariencia separados, con la figura del clan Manson. Helter Skelter desmenuza cada detalle del procedimiento y contiene momentos tan extraños que ni el guionista más imaginativo hubiese incluido en una película alucinada sobre asesinos seriales. Hay desde relojes que se detienen misteriosamente hasta asesinas que se jactan, con una media sonrisa, de haber propinado media docena de puñaladas a una embarazada.
Pero, a pesar de todo, en las casi ochocientas páginas de material –que incluye testimonios, indagaciones, reconstrucciones y fotografías, un conjunto que puede resultar un tanto abrumador para el lector–, lo que Helter Skelter no consigue es explicar el alma de los hechos, esa materia oscura que va más allá del calibre de las armas, la hora de los eventos, la identidad de los victimarios y el perverso móvil, y que parece tener más que ver con algo inaprehensible.
El libro está empecinado en diseccionar cada posible rincón del caso –después de un prólogo extenso, repetitivo e infantil a cargo del español Kiko Amat, que más vale pasar de largo–, pero en su inmensidad, hecho de testimonios principales y secundarios, pistas claves y pistas falsas, reseñas completas de víctimas y victimarios, todo ensamblado con unas intenciones novelescas que lo vuelven digerible, Helter Skelter apenas tiene lugar para reflexiones más allá de los hechos fríos. Si bien el caso es atrapante en sí mismo, por una serie de detalles que el libro aporta y que suelen escapárseles a las ficciones o los documentales de turno, hay que estar demasiado –perversamente, obsesivamente– interesado en el caso Manson como para no ahogarse, por momentos, en la marea de información que supone el voluminoso libro. Es una paradoja: Manson no es el asesino más prolífico de la historia ni el de métodos más extravagantes; sin embargo, sigue siendo la “estrella”, casi un asesino de culto, si es que tal cosa es posible. Existieron y existen otros que lo superan en todas las variables posibles de la criminología; vivimos en una época en la que el mundo ya ha visto tanta sangre desde tantos ángulos distintos que está, en cierta forma, desensibilizado. No obstante, Manson sigue ahí.
Lo que confirma Helter Skelter es el efecto narcótico que el líder tenía sobre sus huestes, casi tan perturbador como los asesinatos en sí mismos. Los testimonios de Susan Atkins y Linda Kasabian, incluidos en el libro, evidencian hasta qué punto Manson dominaba física y mentalmente a sus seguidores‑victimarios. A fin de cuentas, fueron ellos, los anónimos de la historia, quienes apretaron los gatillos y empuñaron los cuchillos, conducidos, tal vez, por esa misma materia oscura que hoy atrae a los curiosos.
Los crímenes de la Familia Manson siguen siendo demasiado raros como para que una explicación lógica sea suficiente; mantienen intacta una arista impenetrable al sentido. Ese es, dice el propio Bugliosi en el posfacio, agregado a la edición original en 1994, el principal motivo de la fascinación que siguen generando medio siglo después.