“Maten a Borges”, las últimas palabras de Gombrowicz en Sudamérica. El conde polaco las gritó desde el barco a sus discípulos, una breve comitiva de acólitos fieles y parias que lo despedía. El exabrupto no dejaba de ser homenaje mayor. En 1986, poco después de su muerte, Enrique Pezzoni visitó Montevideo y dijo con modales de Sur que había que “olvidar a Borges”. Otros han repetido variaciones de esa angustia de las influencias que él no profesó o disimuló quizá magistralmente. Matarlo ya se había intentado hacerlo en vida, Adolfo Prieto y otros jóvenes argentinos debutaron a mitad de los cincuenta en el previsto parricidio y lo hicieron en nombre de la ideología. Juan Fló, de este lado del río, se ocupó de antologizar detractores en su Contra Borges (un pretexto para sumarse aunque con a...
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