¿El principio del fin del régimen colonial israelí? - Semanario Brecha

¿El principio del fin del régimen colonial israelí?

Un soldado israelí en la entrada de un túnel en Rafah, en la Franja de Gaza, el 13 de setiembre de 2024/ Afp, Sharon Aronowicz

Han sido numerosos los imperios y regímenes coloniales que han desatado su furia más atroz en su etapa final, dice en esta investigación el historiador español Jorge Ramos Tolosa, en la que remonta a los orígenes del proyecto sionista y avanza en el tiempo hasta su crisis actual.

Desde el pueblo palestino y numerosos ámbitos del Sur global hasta la propia prensa israelí e intelectuales judíos israelíes críticos, cada vez son más los argumentos y los datos que indican que el proyecto sionista-israelí es más insostenible que nunca. Entre otras personas, en los últimos meses ya lo han explicado Ilan Pappé o Haidar Eid. En medio del horror del genocidio de Gaza, quizá haya esperanza a medio o largo plazo. Una esperanza de que entre el río y el mar no haya apartheid ni genocidio y de que todas las personas –sean judías, cristianas, musulmanas o de ninguna religión– tengan los mismos derechos. Y eso implica el fin del régimen colonial israelí y del sionismo que lo creó y lo mantiene, es decir, la descolonización de Palestina.

La explicación de lo que estamos viendo en Gaza no se retrotrae al 7 de octubre de 2023 ni tampoco a dos milenios atrás. Y aunque se ubique en la denominada Tierra Santa y diferentes actores utilicen distintas religiones como elemento legitimador y movilizador, no es un problema religioso. Es una cuestión política y colonial contemporánea que comienza a finales del siglo XIX, cuando surgió en Europa y con mentalidad racista eurocéntrica el movimiento sionista, una forma de colonialismo de asentamiento. El objetivo principal de las heterogéneas variantes del colonialismo de asentamiento es el establecimiento por parte de Estados o grupos de colonos –sobre todo europeos, pero no únicamente– de una sociedad o patria colonial propia segregando, desplazando y eliminando a la población nativa o a su mayor parte. Para el gran referente de los estudios de colonialismo de asentamiento, el historiador y antropólogo australiano Patrick Wolfe, en este modelo de colonialismo, la «invasión es una estructura, no un acontecimiento» y la clave es la «lógica de la eliminación» del nativo. Es decir, en diferentes épocas y desde distintos lugares, los colonos viajan sin billete de vuelta, se apropian de los medios de producción e intentan sustituir a la población indígena con el respaldo de un poder imperial. En el caso sionista-israelí, el principal objetivo era y es conseguir el máximo de territorio posible con el mínimo de población nativa palestina posible, propósito para el que contó con el apoyo imperial y capitalista británico, en primer lugar, y con el soporte imperial y capitalista estadounidense, posteriormente. Sin embargo, es evidente que el poder geopolítico estadounidense ya no es lo que era y que progresivamente se irá reduciendo.

Modelos

Los modelos de colonialismo de asentamiento modernos y contemporáneos más estudiados, sin olvidar que existen otros y con una gran diversidad interna, han sido los de Australia, Canadá, Estados Unidos, Israel, Nueva Zelanda y Sudáfrica. A modo de ejemplo, el colonialismo de asentamiento llegó a la actual isla australiana de Tasmania a principios del siglo XIX. Entre 1876 y 1905, con el fallecimiento de Truganini y de Fanny Cochrane Smith, respectivamente, las últimas personas indígenas de Tasmania fueron exterminadas y las entre cinco y 16 lenguas que llegaron a hablar los pueblos nativos de Tasmania desaparecieron. El colonialismo de asentamiento había triunfado: había creado una nueva sociedad colonial blanca eliminando al nativo. En Estados Unidos y Canadá, la historia del colonialismo de asentamiento es más conocida; la combinación de esclavitud y capitalismo racial, junto con el genocidio, la asimilación, la política de reservas contra los pueblos indígenas, permitió la construcción y la consolidación nacional estadounidense y canadiense. No obstante, como en Palestina, la mayoría de los medios de comunicación de masas y de las películas del Norte global han narrado la historia desde el punto de vista del colono blanco; no del nativo indígena. El indio, el colonizado, ha sido representado de manera racista y monolítica como un salvaje opuesto al colono, portador de la civilización. Aquí es inevitable recordar el proverbio africano difundido por el escritor nigeriano Chinua Achebe: «Hasta que los leones tengan sus propios historiadores, las historias de caza siempre glorificarán al cazador».

Lo cierto es que, aunque se les haya negado «el permiso de narrar», como escribió el intelectual palestino Edward Said, o el «poder hablar», en términos de la académica india Gayatri Spivak, los pueblos nativos y el Sur global en general no solo tienen sus propias y propios historiadores, sino que han escrito y han protagonizado historias triunfantes frente al colonialismo de asentamiento. Fue el caso, en la segunda mitad del siglo XX, de Argelia y de Sudáfrica. En el primer contexto, la colonización francesa de Argelia, entre la década del 30 del siglo XIX y 1962, incluyó un tipo de colonialismo de asentamiento pied-noir que se combinaba con el colonialismo de metrópoli francés. La población blanca ostentaba privilegios jurídicos al tiempo que discriminaba, subyugaba y sometía a la mayoría indígena musulmana árabe y amazig. Pero, donde hay colonialismo, hay resistencia. El pueblo nativo argelino puso en marcha innumerables formas de resistencia anticolonial desde el siglo XIX. En la última fase, protagonizada a partir de 1954 por el Frente de Liberación Nacional y su brazo armado, el Ejército de Liberación Nacional, el intento pied-noir y del imperio francés de impedir la descolonización argelina provocó que la liberación costara al pueblo indígena, según los estudios, entre cientos de miles y más de un millón de víctimas mortales. Aquí deben incluirse los en torno a 2 mil asesinatos cometidos por la Organización del Ejército Secreto (OAS), organización de ultraderecha colonialista fundada por militares franceses y pieds-noirs en 1961 en Madrid, que, en ese momento, durante la dictadura franquista, constituía un hub neofascista mundial. Además de crímenes brutales, la OAS quemó la biblioteca de la Universidad de Argel, destruyendo entre 112 mil y 500 mil libros y obras de incalculable valor. Se trató de un episodio epistemicida de bibliocausto y genocidio cultural como anteriormente habían protagonizado los Reyes Católicos y el cardenal Cisneros en la Granada de 1499-1500, la monarquía hispánica en Yucatán en 1562, el nazismo en 1933, el SEU [Sindicato Español Universitario] fascista en Madrid en 1939 o Israel en 1958, que destruyó 27 mil libros palestinos por su «inutilidad» o «ser una amenaza para el Estado». Y, además, hay que tener en cuenta que los imperios y los colonos suelen cometer sus mayores atrocidades contra las personas y contra el patrimonio cultural, como estamos siendo testigos en el actual genocidio de Gaza, en las últimas fases de sus proyectos coloniales. Pero muchos de estos llegan a su fin, como es el caso de Argelia, de Sudáfrica y, quizás, a medio o largo plazo, de Israel.

El colonialismo de asentamiento bóer en Sudáfrica se inició entre los siglos XVII y XVIII y se intensificó en el siglo XIX, llegando a crear varios Estados propios durante décadas, como la República de Transvaal o el Estado Libre de Orange. La mayoría de los bóeres procedían de Países Bajos y eran calvinistas, aunque también eran originarios de otros territorios europeos. Como en gran medida en la Norteamérica anglófona y francófona, y como en el caso sionista, numerosos colonos bóeres escaparon de la discriminación religiosa en Europa para crear una patria propia con ideales providencialistas en territorios extraeuropeos. En el caso bóer, las relaciones con el Imperio británico y su presencia en forma de colonialismo de metrópoli en el sur africano fueron complejas y cambiantes, dándose desde la permisividad hasta el enfrentamiento militar. A principios del siglo XX, los bóeres aceptaron la preeminencia británica mientras consiguieron promover la instauración, en la década del 10, de las primeras leyes racistas de apartheid («segregación» o «separación» en afrikáans, la lengua bóer) contra la población no blanca, mayoritariamente negra, algo que se extendería por múltiples ámbitos y esferas jurídicas a partir de 1948 con el «gran apartheid».

La organización más célebre que combatió el apartheid sudafricano fue el Congreso Nacional Africano (ANC, por sus siglas en inglés) de Nelson Mandela. Madiba estuvo hasta 2008, cuando contaba con 90 años, en la Lista de Vigilancia de Terroristas de Estados Unidos. Como en numerosos contextos del Sur global, la lucha anticolonial combinó resistencia no violenta y resistencia armada, y el propio Mandela cofundó el brazo armado del ANC, uMkhonto we Sizwe (Lanza de la Nación o MK). Entre otras operaciones a lo largo de sus 32 años de existencia, esta guerrilla anticolonial fue responsable de sabotajes, detonaciones de explosivos en bancos, comisarías y refinerías, ejecuciones y víctimas colaterales de acciones armadas –unas 130 personas entre 1976 y 1986– o de ataques con coche bomba, como el de la Church Street de Pretoria, en el que murieron 19 personas el 20 de mayo de 1983. Y en este contexto es fundamental entender que la combinación de la lucha interna no violenta y armada, y el éxito de tres décadas de campaña de Boicot, Desinversiones y Sanciones (BDS) consiguieron acabar con el apartheid sudafricano. Aunque este había pretendido desviar la presión internacional creando reservas indígenas –denominadas bantustanes–, en las que la población nativa podía elegir a sus autoridades colaboracionistas, nadie lo aceptó. Era inadmisible que la solución pasase por el reconocimiento internacional de guetos o megaprisiones inconexas en una parte mínima del territorio mientras se mantenía el régimen colonial de apartheid; por eso, Mandela se negó a ser liberado de la cárcel para ir a un bantustán y así legitimarlo, y por eso, la solución de los dos Estados en Palestina es colonial, injusta, inútil e inviable.

El sistema de apartheid sudafricano y el sistema de apartheid israelí se crearon en 1948. Eso significó que se establecieron cuando empezaba la mayor oleada descolonizadora del siglo XX, por lo que su sostenibilidad era difícil. En este sentido, hace más de 20 años, el historiador judío británico Tony Judt escribió que «Israel es un anacronismo». […]

Por la Biblia colonizarás

Uno de los problemas que mayores enfrentamientos ha generado a la sociedad judía israelí es el conflicto entre personas religiosas y no religiosas. Ya fue una paradoja antes de la creación del Estado de Israel y puede expresarse de esta manera: aunque la mayoría de los históricos líderes sionistas no creían en Dios, sí creían que Dios les había dado la tierra –o, mejor dicho, defendían y difundían esta última idea–. Ni el sionismo ni Israel representaban ni representan al judaísmo, pero necesitaron y necesitan utilizarlo como su principal elemento legitimador. En esta línea, Zeev Sternhell –académico judío israelí experto en fascismo que en 2014 advirtió de «signos de fascismo en Israel» y que el rechazo a Israel se explicaba por su índole colonial, no por judeofobia– consideró que «la Biblia ha sido el argumento supremo del sionismo», algo que también estudió magistralmente, entre otras personas, el profesor palestino Nur Masalha en La Biblia y el sionismo: invención de una tradición y discurso poscolonial. La contienda por la definición de la estructura institucional y simbólica y el combate encarnizado por los resortes de poder marcaron a generaciones sionistas. Tras la creación del Estado de Israel, todas estas contradicciones dieron y han dado lugar a numerosas disputas internas. Algo evidente en los enfrentamientos y tensiones resultantes de los privilegios obtenidos especialmente por las personas religiosas ultraortodoxas. Entre estos, la exención del servicio militar y las pingües subvenciones de las que se benefician para aumentar la natalidad, ya que un aspecto clave del sionismo es conseguir la mayoría demográfica sobre el pueblo indígena palestino. La jurisdicción exclusiva sobre el matrimonio y el divorcio que los tribunales religiosos acaparan, la gestión del sabbat y el kosher o el poder religioso judío sobre esferas educativas son otros de los asuntos controvertidos. Desavenencias y escándalos entre lo que Ilan Pappé denomina «el bando del Estado de Israel» (sionismo laico) versus el del «Estado de Judea», con sus colonos religiosos y mesiánicos de Cisjordania (sionismo religioso), han provocado múltiples episodios de violencia física intracomunitaria y han hecho caer gobiernos. Hasta el punto de que, en mayo de 2023, un artículo del diario israelí Haaretz titulaba, traducido al castellano: «El conflicto entre seculares y ultraortodoxos en Israel se dirige a la guerra». […]

Fracturas

Por otro lado, entre enero y octubre de 2023, multitudinarias protestas contra una reforma judicial promovida desde el gobierno y que destruiría la teórica separación de poderes dentro del régimen político israelí sacudieron semana tras semana las calles de ciudades como Tel Aviv. Sin embargo, estas protestas no pedían el fin del proyecto colonial sionista-israelí ni del apartheid, sino solo de aspectos que afectan a la etnocracia israelí. Sea como sea, el enfrentamiento no ha dejado de crecer entre los sectores progubernamentales (derecha y ultraderecha, sionismo religioso y organizaciones de colonos) y los sectores anti-Netanyahu que protagonizaron las protestas. La fractura sociopolítica en la sociedad colonial judía israelí alcanzó así una de sus mayores cotas en tres cuartos de siglo. En julio de 2023, unos 4 mil reservistas del Ejército israelí (incluyendo pilotos de combate) firmaron una carta de protesta en la que comunicaban que no iban a prestar ningún servicio hasta que se paralizase la reforma judicial. En la prensa israelí se pudo leer que este movimiento podía poner «en jaque la seguridad de Israel». En este contexto, la agrupación de reservistas de Israel Hermanos en Armas expresó: «No serviremos en una dictadura». The Times of Israel publicó el 26 de julio de 2023 que un 36 por ciento de la población israelí se estaba planteando abandonar el país o no estaba segura de su decisión al respecto. Pero uno de los datos más impactantes fue el que dio a conocer el Canal 12 de la televisión de Israel, haciéndose eco de una encuesta que concluía que el 67 por ciento de la población israelí temía una guerra civil. Una proporción que ascendía al 85 por ciento entre quienes habían votado a algún partido del bloque anti-Netanyahu en las últimas elecciones.

Posteriormente, durante el genocidio en Gaza, las protestas contra Netanyahu por su gestión se incrementaron. […]

Igualmente, en tiempos recientes ha aumentado la preocupación demográfica en Israel, en especial por el desequilibrio entre la tasa de natalidad de personas judías laicas y ultraortodoxas y la baja formación superior y empleabilidad de estas últimas. Sobre esto, un artículo en Haaretz de junio de 2023 titulaba: «Israel Has a Demographic Crisis». Por si fuera poco, un número considerable de personas judías israelíes están abandonando el país, especialmente las sionistas moderadas. Esta tendencia se ha multiplicado desde octubre de 2023, y amplias zonas del sur y norte del país están experimentando la despoblación.

Cuando la economía entra a tallar

En gran medida, el régimen de apartheid israelí se basa en proporcionar estabilidad y seguridad a su ciudadanía privilegiada judía y a sus inversiones capitalistas. Pero en los últimos años, en especial desde 2023, y todavía más desde octubre del pasado año, Israel tiene graves problemas para garantizar su solidez y sostenibilidad demográfica y económica. Y esto es difícil de mantener en el tiempo. Solo por mencionar algunos datos desde octubre de 2023, según el Buró Central de Estadísticas israelí, el PBI del país cayó un 21 por ciento en el último trimestre de 2023, mientras que el consumo privado se hundió un 26,9 por ciento. En los primeros 16 días desde el 7 de octubre, el séquel israelí cayó hasta su punto más bajo desde 2018 y el Banco de Israel anunció que iba a vender 30.000 millones de dólares en reservas para «detener el colapso». En noviembre de 2023, The Times of Israel advirtió que la ausencia de trabajadores costaba a Israel 600 millones de dólares a la semana. El primer día de 2024, The Washington Post afirmó que el coste de la guerra había ascendido a 1.540 millones de dólares a la semana. Un mes después, Moody’s degradó la calificación crediticia israelí por primera vez en su historia. Entre octubre y diciembre de 2023, las inversiones en activos fijos en Israel cayeron un 67,8 por ciento. Según Reuters, el tráfico del aeropuerto de Tel Aviv se desmoronó entre un 71 y un 78 por ciento en los dos últimos meses de 2023, mientras que el comercio y el turismo israelíes se desplomaron entre un 70 y un 78,5 por ciento y se paralizó casi el 80 por ciento de la construcción. El 10 de julio de 2024, el diario israelí Maariv reveló que, desde octubre de 2023, 46 mil empresas y negocios de Israel habían tenido que cerrar.

Por su lado, Israel presume de haberse convertido en la start-up nation, es decir, en un nodo internacional de empresas emergentes basadas en la alta tecnología o en tecnologías de la información y la comunicación. Estas empresas se caracterizan por la expectativa de un crecimiento rápido, se vinculan a la cultura entrepreneur y suelen requerir inversiones capitalistas externas y capital de riesgo en el marco del neoliberalismo. Sin embargo, ya el 24 de octubre de 2023 The Times of Israel publicaba que casi el 70 por ciento de las empresas tecnológicas en Israel tenían dificultades para su funcionamiento. En marzo de 2024, el mismo periódico admitía que la inversión de capital de riesgo en start-ups se había desplomado un 73 por ciento en Israel. El pasado 15 de junio, The Jerusalem Post alertaba que «más del 80 por ciento de las empresas emergentes en Israel sufrieron daños por la guerra». Desde el comienzo del genocidio, los inversores extranjeros han sacado más de 9.000 millones de dólares del mercado de valores israelí. Para el economista israelí Eran Yashiv: «Si Israel está en guerra o en un caos geopolítico durante este año y el próximo, sospecho que muchos inversores extranjeros se darán por vencidos y alentarán a las empresas de tecnología a abandonar el país». Si esto sucediera, «la economía [israelí] estaría en problemas y podría tornarse mucho, mucho más débil». Igualmente, el 18 de junio de 2024, The Jerusalem Post publicó que, desde octubre de 2023, Israel había dejado de ser un destino para multimillonarios. Además, comunicaba que había habido un aumento de casi 250 por ciento en el número de israelíes que habían solicitado residencia y ciudadanía en el extranjero. Por último, en este artículo se pudo leer: «La guerra en curso no solo ha destrozado la imagen de Israel como un refugio seguro, sino que también ha amenazado con eclipsar su logro económico».

Un movimiento exitoso

Asimismo, la presión popular del movimiento BDS, conformado por la mayor coalición de la sociedad civil palestina, ha logrado múltiples desinversiones económicas en Israel o la revisión de relaciones comerciales de grandes corporaciones, como McDonald’s, Puma o Samsung, además de la retirada de grandes inversiones japonesas o escandinavas. Desde noviembre de 2023, la corporación Bank of America se deshizo del 50 por ciento de sus acciones en Elbit, la mayor empresa de armas israelí. […]

El caso del gigante informático estadounidense Intel es especialmente representativo del declive económico de Israel. Las exportaciones de Intel Israel supusieron casi un 2 por ciento del PBI israelí en 2022. Un año después, la prensa internacional se hizo eco de la voluntad de la empresa de Silicon Valley de «ampliar su fábrica de microchips en Israel para superar la dependencia estratégica de Asia», lo que se traducía en «la mayor inversión extranjera en la historia del país», ya que su valor ascendía a 25.000 millones de dólares. En marzo de 2024, el movimiento BDS publicó un comunicado de prensa en el que hacía pública una nueva campaña global de boicot a Intel. Tres meses más tarde, la página web del BDS anunciaba que Intel paralizaba su multimillonaria inversión destacando que «la presión del BDS funciona» y que era «la mayor victoria BDS» hasta la fecha. Cabe tener en cuenta que empresas como Intel podrían arriesgarse a ser jurídicamente cómplices del genocidio perpetrado por Israel si mantienen su asistencia y colaboración con el régimen israelí. Esto podría ser así incluso únicamente continuando con los negocios habituales hasta la fecha o a través del mero pago de impuestos, ya que su socio es un Estado que la Corte Internacional de Justicia de la ONU ha establecido que puede estar cometiendo plausiblemente genocidio, entre otros crímenes internacionales. Por último, para acabar de redondear la perspectiva, puede resultar curioso que la principal fábrica israelí de Intel se encuentre a tan solo 25 quilómetros de la Franja de Gaza, en la ciudad de Kiryat Gat. Se trata de una urbe levantada en 1954 sobre las ruinas del pueblo palestino de Iraq Al Manshiyya, que sufrió la limpieza étnica durante la Nakba de 1948.

La «estrategia del enjambre»

Sobre el terreno, el régimen colonial israelí solo pudo establecerse gracias a la limpieza étnica que perpetraron las organizaciones paramilitares sionistas y el Ejército israelí. Además, para entender la importancia del militarismo como esencia del régimen, Israel ha sido referido en numerosas ocasiones como un Ejército con Estado más que un Estado con Ejército. Entre otros numerosos datos, es el único país del mundo que obliga a los hombres y a las mujeres (con excepciones por privilegios religiosos o por su régimen de apartheid) a tres y dos años de servicio militar obligatorio, respectivamente. La militarización de la sociedad es uno de los aspectos que más suele llamar la atención al visitar Israel. Pero, al mismo tiempo, como han relatado incontables israelíes, expone el miedo y la neura de una sociedad levantada y mantenida a través de la violencia colonial y de utilizar los cuerpos y territorios palestinos como un campo de pruebas de la industria armamentística y tecnológica mundial. No puede olvidarse que la industria militar, de seguridad y de vigilancia es fundamental para la economía israelí, ya que es el país del mundo que más armas exporta per cápita. Según el Centre Delàs d’Estudis per la Pau, todo esto ha supuesto que el régimen colonial israelí haya hecho «del conflicto armado, la ocupación y la complicidad de otros Estados (Estados Unidos y la Unión Europea, principalmente) su modus vivendi».

En la guerra de junio de 1967, conocida como guerra de los Seis Días, el Tzahal derrotó a tres Ejércitos de tres Estados árabes soberanos y ocupó militarmente territorios que sumaban una superficie entre tres y cuatro veces superior a la israelí en menos de una semana. Se convirtió en la potencia militar más importante de la región y Estados Unidos selló definitivamente su relación simbiótica con el régimen colonial israelí al entender que debía ser su gendarme regional y plataforma en una zona con un gran valor geoestratégico. Desde entonces, se convirtió en el país que más ayuda económica recibía de Estados Unidos, con una media anual de más de 3.000 millones de dólares. En 2022, solo oficialmente fueron 3.300 millones de dólares, destinándose el 99,7 por ciento a ayuda militar.

Sin embargo, mientras se escriben estas líneas, tras más de nueve meses de genocidio, el Ejército israelí no ha conseguido derrotar a las guerrillas del gueto de Gaza ni tomar un territorio minúsculo, bloqueado por tierra, mar y aire, y cuya población está siendo víctima de un genocidio. En otras palabras y en perspectiva comparada, en 1967, el Ejército israelí derrotó a tres Ejércitos y conquistó unos 70 mil quilómetros cuadrados en menos de una semana. Mientras tanto, en 2023-2024, las Fuerzas de Defensa de Israel no han conseguido derrotar a las guerrillas de un campo de concentración ni conquistar 365 quilómetros cuadrados en más de 35 semanas. Es una humillación militar extraordinaria. De hecho, ya el mismo 7 de octubre de 2023 la prensa israelí tituló lo ocurrido como un «fracaso colosal [israelí]», una «catástrofe nacional», «el mayor fallo de inteligencia en la historia israelí» o «el momento más difícil desde 1948». Innumerables analistas internacionales y militares coincidieron. «Pase lo que pase en esta [nueva] ronda de la guerra Israel-Gaza», escribió Chaim Levinson en Haaretz el 8 de octubre de 2023, «ya hemos perdido».

Las guerrillas palestinas marcaron el tempo y demostraron que Israel es mucho más vulnerable de lo que parecía. Por todo ello, es evidente que estos más de nueve meses han sido un fracaso militar histórico y una evidencia del declive militar israelí. Igualmente, el Ejército israelí se ha demostrado incapaz de proteger a su población judía en el sur y el norte, por eso, más de medio millón (otras fuentes hablan de más de un millón) de israelíes han abandonado sus hogares y no saben si volverán. El territorio vivible para las y los israelíes se ha reducido de facto considerablemente en el sur (por las operaciones de las guerrillas palestinas) y en el norte (por la actividad militar de Hezbolá). También hay que tener en cuenta que, el 20 de marzo de 2024, The Jerusalem Post recogía que el 80 por ciento de los israelíes que se encontraban en el extranjero no querían volver a Israel. Y cabe reiterar que la demografía, es decir, la sustitución demográfica de la población indígena por colonos, es la base de cualquier proyecto de colonialismo de asentamiento.

A todo ello cabe sumar la «estrategia del enjambre» desde diversos frentes, que supone un desgaste incesante israelí. Además de las acciones de la resistencia palestina, que han continuado ininterrumpidamente desde el 7 de octubre de 2023 dentro y fuera de la Franja de Gaza, el denominado Eje de la Resistencia (Irán, Siria, Hezbolá, las Fuerzas de Movilización Popular y Kataeb Hezbolá de Irak, Ansarolá de Yemen y otras organizaciones antimperialistas) golpea desde diferentes países –especialmente Hezbolá desde el sur de Líbano– y a través de distintas estrategias a Israel mediante un goteo constante de drones, proyectiles, guerra cibernética y otras armas. En otros tiempos, la represalia del tándem israeloestadounidense al ataque de Irán del 13 de abril de 2024 hubiese sido mucho menos limitada que lo que ocurrió. Pero la inhibición militar estadounidense e israelí revelaron sus dificultades y su retroceso geopolítico y militar respecto a décadas anteriores.

Como un Goliat atolondrado

La capacidad de agencia, coordinación y planificación interna y externa de la resistencia palestina, con especial apoyo de Hezbolá –que cuenta con un potencial militar infinitamente superior a la primera–, han provocado que el Ejército israelí actúe como un Goliat atolondrado y trastornado sin un plan claro. Hay numerosos artículos de analistas militares internacionales que llevan desde octubre pasado señalando esto, incluyendo incontables comentarios y textos que pueden encontrarse en cualquier buscador de internet con la frase: «Israel has no plan for Gaza». Parece que Sun Tzu ha sido mucho más leído y aplicado en el eje antimperialista que en el tándem imperial israeloestadounidense. El tiempo y la paciencia en sentido amplio (sabr en árabe) son claves aquí. Además, el vuelo y la grabación del puerto de Haifa por parte de un dron de Hezbolá el pasado mes de junio o, todavía más, el ataque de otro dron de Ansarolá contra Tel Aviv el 18 de julio exponen que la debilidad militar israelí es mayor de la esperada, así como su creciente incapacidad para defender sus ciudades más importantes. Aunque se escale a una guerra abierta entre el Ejército de Israel y Hezbolá, las posibilidades de victoria israelíes son mínimas, teniendo en cuenta que ya en 2006 no pudo someter a la organización libanesa y que desde otoño de 2023 no ha podido derrotar a unas guerrillas palestinas con un poder militar incomparablemente inferior a Hezbolá. Salvando las distancias, el 7 de octubre de 2023 ha llegado a ser comparado con la Ofensiva del Tet de 1968; aunque supuso un sacrificio enorme para el pueblo vietnamita (entre unas 45 mil y 75 mil personas de Vietnam del Norte y del Viet Cong perdieron la vida en ocho meses), cinco años después las tropas invasoras estadounidenses abandonaron el país y en siete años Vietnam fue unificado.

Como se ha mencionado con anterioridad, y aunque desde múltiples esferas de poder del Atlántico Norte pretenda omitirse, es evidente que el poder geopolítico estadounidense ya no es lo que era y que progresivamente se irá reduciendo. A pesar de que no hay espacio aquí para analizarlo con profundidad, el auge de los BRICS, la Nueva Ruta de la Seda china o el creciente proceso de desdolarización tienen como mayor perjudicado al capitalismo e imperialismo estadounidenses, y, subsiguientemente, a su gendarme regional y principal plataforma en el sudoeste asiático, el régimen colonial israelí. Así, en el marco de la guerra asimétrica del Eje de la Resistencia contra Israel y contra la presencia estadounidense en el sudeste asiático, el genocidio en Gaza, la escalada militar, las dificultades demográficas y económicas, y el «caos geopolítico» que mencionaba Eran Yashiv, pueden tener consecuencias graves e irrecuperables para el régimen colonial israelí a medio o largo plazo.

Aislamiento

Tribunales y organismos internacionales que acogen acusaciones de genocidio, de crímenes de guerra y de crímenes de lesa humanidad al mayor episodio de solidaridad internacionalista con el pueblo palestino…

Israel ha experimentado numerosos episodios de descrédito internacional desde su fundación en 1948. Al mismo tiempo, ha buscado desesperadamente su reconocimiento y normalización en el mundo porque sabe que es fundamental para su supervivencia, y por eso también una de las razones de la operación del 7 de octubre fue acabar con el proceso de normalización israelí con países como Arabia Saudí, algo que se ha conseguido. Sea como sea, la imagen pública de Israel nunca había caído tan bajo como ahora. Y esto obedece a un conjunto de factores resultantes del genocidio de Gaza, un exterminio observado por todo el planeta en tiempo real.

El 29 de diciembre de 2023, Sudáfrica inició el proceso de Aplicación de la Convención para la Prevención y la Sanción del Delito de Genocidio en la Franja de Gaza (Sudáfrica contra Israel) en la Corte Internacional de Justicia. Se trataba de un hito histórico dada la creciente importancia en el mundo de los BRICS –cuya última letra corresponde a Sudáfrica– y al símbolo de la victoria contra el colonialismo de asentamiento y el apartheid que representa el país africano. Fue Nelson Mandela el que afirmó en 1990 que la actitud del gobierno israelí era «inaceptable» y que, «al igual que nosotros, [las y los palestinos] están luchando por el derecho a la autodeterminación». Siete años más tarde declaró que «todos nosotros debemos hacer más para apoyar la lucha del pueblo de Palestina por la liberación» y que «sabemos muy bien que nuestra libertad es incompleta sin la libertad de los palestinos».

El caso es que, en enero de 2024, tuvieron lugar las audiencias públicas en la sede de la Corte Internacional de Justicia de La Haya y, el día 26 de aquel mes, el tribunal dictaminó de forma provisional que era plausible que Israel estuviese cometiendo genocidio y ordenó medidas cautelares. Posteriormente, el 24 de mayo, la Corte aceptó parcialmente un requerimiento urgente de Sudáfrica y exigió al Estado israelí que pusiese fin de manera inmediata a su ofensiva en Rafah. Además, a todo ello hay que sumar el anuncio de la fiscalía del Tribunal Penal Internacional del pasado 20 de mayo de emitir órdenes de detención contra Benjamin Netanyahu y el ministro de Defensa israelí, Yoav Gallant, además de tres líderes de Hamás. En este caso, el hito histórico consistía en que era la primera vez que el Tribunal Penal Internacional –la mayoría de cuyas investigaciones y condenas han afectado a líderes africanos– ordenaba la detención de dirigentes de un estrecho aliado de Estados Unidos. Asimismo, esto implica que Netanyahu y Gallant deben ser detenidos si pisan cualquiera de los 124 Estados miembros del Tribunal Penal Internacional.

Por su parte, Francesca Albanese, relatora especial de Naciones Unidas para los Territorios Palestinos Ocupados, publicó su informe Anatomía de un Genocidio el 25 de marzo de 2024. […]

La degradación internacional israelí también se ha reflejado en que distintos Estados hayan suspendido o reducido las relaciones diplomáticas por las masacres en Gaza. Se trata de Belice, Bolivia, Brasil, Chad, Chile, Colombia (que también suspendió la compra de armas y la venta de carbón –Colombia es el mayor proveedor de Israel de este mineral–), Honduras, Jordania o Turquía. Además, nunca se habían sucedido tantas manifestaciones en apoyo al pueblo palestino globalmente como desde octubre de 2023. Según el Proyecto de Localización de Conflictos Armados y Datos de Eventos (ACLED), solo entre el 7 y el 27 de octubre de 2023 se sucedieron unas 4.200 manifestaciones en el mundo relacionadas con el genocidio en Gaza, de las cuales el 90 por ciento son propalestinas. Este porcentaje subió conforme avanzaban los meses posteriores hasta prácticamente desaparecer cualquier acción pública de apoyo a Israel, especialmente fuera del Atlántico Norte. […] De este modo, se trata del mayor episodio de solidaridad internacionalista con el pueblo palestino y la mayor crisis de imagen pública y de ilegitimidad de la historia israelí. En su reciente y excelente libro Gaza ante la Historia, el historiador Enzo Traverso expone, entre otros análisis, que el doble rasero noratlántico cuando trata a Israel (y a Ucrania) y cuando trata a Palestina «está suscitando la indignación del mundo entero». Además, considera que «la causa palestina se ha convertido en la causa del Sur global». Sin embargo, se puede ir más allá. Cada vez más personas y pueblos entienden la causa palestina como la causa de la humanidad, tal y como la concibió el escritor y militante palestino Ghassan Kanafani.

Así, conforme se alargue el genocidio, el régimen colonial israelí puede estar acelerando su descomposición. Cada nueva masacre perpetrada en Gaza comporta un nuevo revés económico, un nuevo fracaso militar y una nueva infamia internacional para Israel. Han sido numerosos los imperios y regímenes coloniales que han desatado su furia más atroz en su etapa final. Y hay múltiples testimonios israelíes que están prefigurando el colapso del sionismo y de Israel. Eugene Kandel, que llegó a ser asesor económico de Netanyahu y presidente del Consejo Nacional de Economía de Israel, pronosticó en Haaretz en mayo de 2024 que, «a este ritmo, Israel no llegará a su centenario». Dos meses antes, el analista israelí y experto en industria militar Shir Hever declaró a La Vanguardia: «Muchos israelíes creen que este es el final del Estado de Israel». Aunque el horror del genocidio mejor documentado por sus víctimas y sus criminales y el que peor habla del Atlántico Norte no haya acabado, el profesor palestino Haidar Eid ha escrito que «la desesperanza no es una opción para nosotros. La desesperanza es un lujo que no podemos permitirnos». La descolonización sudafricana, es decir, el fin del apartheid sudafricano hace tres décadas, puede servir como ejemplo para la descolonización de Palestina. Y, como se ha reiterado, crece la esperanza de que no haya apartheid ni genocidio y de que todas las personas –sean judías, cristianas, musulmanas o de ninguna religión– tengan los mismos derechos. Y un último apunte. Antes de octubre de 2023, a lo largo de su milenaria historia, la ciudad de Gaza ya fue reconstruida en siete ocasiones. El escudo actual de su ayuntamiento, su símbolo, es el fénix. Un ave inmortal mitológica que renace de sus cenizas.

* Profesor de Historia Contemporánea en la Universitat de València y especialista en Palestina-Israel. Esta nota fue publicada originariamente el 2 de agosto pasado en el diario digital español Público. Brecha la reproduce parcialmente con autorización expresa del medio y del autor. Los subtítulos son de Brecha.

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