Cuando la Onu se propone mitigar las desigualdades sociales no se anda con chiquitas. Había que hacer algo para fomentar el desarrollo del bienestar social y lo hicieron. Para que la gente viviera mejor, declararon el 20 de marzo como el Día Mundial de la Felicidad… y todos felices.
Hay países que cumplen la resolución a rajatabla y, si es necesario, hasta te pueden llegar a torturar con tal de verte feliz ese día.
La felicidad es una elección. Ya decía Aristóteles: “La felicidad depende de nosotros mismos”. ¡Qué filósofo Aristóteles! Sostenía que el objetivo de la ética era alcanzar la felicidad. Según este polímata, padre de la Jutep, la política y la ética siempre iban de la mano. Ya en el siglo IV a C sabía que mientras los políticos tuvieran las manos ocupadas, no se corrían riesgos.
Gandhi dijo que “la felicidad se logra cuando lo que uno piensa, lo que uno dice y lo que uno hace están en armonía”. ¡Qué pacifista Mahatma!
Sartre, en cambio, decía que la felicidad no es hacer lo que uno quiere, sino querer lo que uno hace. Parecerá un conformista, pero ¡qué existencialista Jean Paul!
Groucho Marx decía que “la felicidad está hecha de pequeñas cosas: un pequeño yate, una pequeña mansión, una pequeña fortuna”. ¡Qué marxista Groucho!
Pero el más influyente de todos, por estos lados, fue un hombre de letras, Ramón Ortega, quien inmortalizó: “La felicidad ja ja ja ja, me la dio tu amor jo jo jo jo”. ¡Qué grosso Palito!
Un estudio realizado por sociólogos de la Universidad de Maryland señala que el tiempo libre de una persona puede indicar el nivel de felicidad. Las personas más felices dedican más tiempo a la lectura y a socializar, mientras que las infelices pasan más tiempo viendo televisión. Ahora no recuerdo si esto lo leí o lo vi en un informativo.
Esto convierte a Alberto Sonsol en el mayor responsable de bajar el nivel de serotonina en el cerebro de los uruguayos.
Así como los infelices ven la televisión, la música contribuye a mejorar el ánimo. El cerebro libera dopamina cada vez que nos deleitamos con una canción.
¿Qué pasa cuando vemos un videoclip? ¿Qué pasa en un karaoke, que nos obliga a ver la pantalla escuchando música? ¿El efecto depresivo de la televisión se neutraliza con el positivo de la música? ¿O nos vuelve bipolares? ¿O es como tomar antidepresivos con alcohol?
Debe de ser por eso que cada fin de año hay tantos accidentes con fuegos artificiales. En realidad no son accidentes, son intentos de suicidio. ¿Quién no se quiere cortar las venas con una bengala o golpearse en la sien con un turrón duro de maní mientras ve los especiales de Nochebuena o de Fin de Año?
Y eso que todavía no formó parte de la selección el video de Mónica Farro cantando “La catrera”. Ahí no te da para matarte, sufrís un Acv. Los neurotrasmisores no se bloquean, ¡se inmolan!
Eduardo Galeano decía que “la felicidad es un trayecto, no un destino”. Por eso sostenía que no hay mejor momento que este para ser feliz.
Apaguemos la televisión, entonces. O mejor, pensemos, como dijo alguien, que la felicidad es como un control remoto: la perdemos a cada rato, nos volvemos locos buscándola y, por lo general, estamos sentados en ella.