Toda nación que se quiera entender y definir a sí misma como tal necesita de un aparato simbólico que sostenga el relato de su identidad y oficialice la institucionalización del poder traducido en elemento político. Esto implicó un gran desafío a principios del siglo XIX en lo que pretendía ser algo más que la Banda Oriental. Quedaba bastante claro, para ese entonces, que la pertenencia y defensa de un concepto compartido del “nosotros” necesitaba apoyarse en objetos simbólicos que casualmente, pero no ingenuamente, encontraban en las diversas manifestaciones artísticas una materialidad a su servicio: arquitectura, pintura, escultura, música, teatro, literatura.
Las funciones teatrales fueron, ya desde nuestra independencia, el entretenimiento público de una población que crecía aceleradam...
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