Generación Oslo - Semanario Brecha

Generación Oslo

Interior de una vivienda destruida después de una incursión militar israelí en la ciudad cisjordana de Jenin, el 26 de setiembre de 2024 / Xinhua, Nidal Eshtayeh

Los 30 años de los famosos Acuerdos de Oslo, que debían marcar un nuevo tiempo en el «conflicto» mediooriental y llevar la paz a la región, se cumplieron muy poco antes del 7 de octubre. Toda una generación de palestinos vivió esos acuerdos como la consagración de una derrota planificada. Entre ellos está la autora de esta nota.1

El 13 de setiembre de 1993, el primer ministro israelí Isaac Rabin y el líder de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) Yasser Arafat se estrechaban la mano ante un eufórico presidente estadounidense Bill Clinton en el jardín de la Casa Blanca. La imagen de ese apretón de manos se convirtió en una de las más famosas de todos los tiempos, y representa uno de los momentos decisivos de la historia palestina reciente. Ese día se firmó la Declaración de Principios (DP), o el primer Acuerdo de Oslo (Oslo I), dando el pistoletazo de salida al llamado proceso de paz.

Pero los Acuerdos de Oslo nunca prometieron realmente un Estado palestino independiente, ni siquiera algo que se le pareciera remotamente. En realidad, dividieron el territorio palestino ocupado en bantustanes, dándole al pueblo palestino una autonomía limitada en una minúscula porción de su patria. Oslo allanó el camino para que Israel engullera más tierras y recursos palestinos, y reforzara su control sobre las fronteras y las personas que viven dentro de ellas. Ni siquiera las promesas que se hicieron –el freno a la construcción de colonias, la retirada israelí de ciertas zonas del territorio ocupado y la eventual transferencia del control de Cisjordania a la Autoridad Nacional Palestina (ANP)– llegaron a cumplirse.

Tanto la ANP, dominada por Fatah en Cisjordania, como Hamás, en Gaza, se han convertido en regímenes autoritarios, lo que ha llevado a la mayor parte de la juventud palestina a afirmar que sus autoridades son «subcontratistas de la ocupación israelí». Por su parte, Israel ejerce un control más estricto que nunca sobre la vida y la tierra palestinas, con Gaza sometida a un férreo bloqueo y Cisjordania dividida en pequeños cantones o «bantustanes», como dicen los analistas.

Cada año que pasa el régimen israelí se ha vuelto más derechista, batiendo sus propios récords de violencia contra las comunidades palestinas y de construcción de colonias ilegales en lo más profundo de Cisjordania y Jerusalén ocupadas. Decir que la realidad sobre el terreno es desesperante sería quedarse corto. Y muchos jóvenes palestinos, que crecieron a la sombra de los acuerdos y de todas sus falsas promesas, culpan a «Oslo» por la situación en la que se encuentran hoy.

Preparando el terreno

Antes de aquel fatídico día de 1993 en el jardín de la Casa Blanca, pasaban muchas cosas tanto dentro como fuera de Palestina. Entre 1987 y 1993, las calles palestinas estaban convulsionadas; habían pasado dos décadas desde que Israel ocupara Cisjordania, Jerusalén Este y Gaza, y la gente estaba harta. La primera intifada o levantamiento palestino tomó a Israel y al mundo por sorpresa: una campaña de desobediencia civil masiva arrasó el país y desembocó en años de protestas, con la consiguiente y brutal represión israelí.

A pesar de la violencia que asolaba las calles palestinas, la gente albergaba la esperanza de que enfrentando a la ocupación podrían cambiar su realidad. Entonces, en el otoño boreal de 1991, el mundo se reunió en Madrid para una «conferencia de paz»; patrocinada por Estados Unidos y la Unión Soviética, era la primera vez que Israel y los palestinos iban a entablar negociaciones directas.

Pero la OLP, reconocida internacionalmente como representante del pueblo palestino, operaba en el exilio desde Túnez y se le prohibió asistir a la conferencia. En su lugar, se encargó a una delegación conjunta jordano-palestina que representara al pueblo palestino.

La doctora Hanan Ashrawi fue una de las asesoras de la delegación. «Fuimos con un sentido de misión, de que estábamos representando a un pueblo que tiene dignidad, que tiene derechos, que tiene coraje, que ha desafiado esta ocupación militar. Y vamos a presentarnos al mundo, y vamos a obtener nuestros derechos», dijo Ashrawi a Mondoweiss, reflexionando sobre el momento histórico que la lanzó a la escena mundial. «Fue un período, aunque de corta duración, de esperanza, optimismo y confianza, quizá de ingenuidad, si se quiere», añadió.

La conferencia de Madrid sentó las bases para años de negociaciones de paz facilitadas por Washington y Moscú. A pesar de sus defectos, quienes participaron en la conferencia de Madrid, como Ashrawi, parecían esperanzados en que las negociaciones pudieran conducir realmente a alguna parte. «Y cuando volvimos, la gente creía que podríamos lograr la liberación mediante un proceso político; pero después esas esperanzas se desvanecieron por completo.»

A puerta cerrada

En los meses posteriores a la conferencia de Madrid, mientras en el escenario mundial se celebraban negociaciones públicas, otro tipo de negociaciones tenía lugar a puerta cerrada entre dos socios inverosímiles: en Oslo, Israel y la OLP entablaron conversaciones secretas que desembocaron en una conciliación sin precedentes.

La OLP, una organización de liberación armada, reconoció el Estado de Israel y su «derecho a existir en paz y seguridad». A cambio, Israel reconoció a la OLP como «representante del pueblo palestino», sin llegar a reconocer realmente su derecho a la soberanía.

Tras meses de negociaciones secretas, Rabin y Arafat se dieron la mano luego de firmar los primeros Acuerdos de Oslo. La decisión conmocionó a muchos palestinos y palestinas, incluyendo a quienes llevaban años participando en negociaciones públicas y que al parecer desconocían el acuerdo secreto que se estaba materializando entre bastidores.

«La firma de la DP fue una verdadera decepción», dijo Ashrawi a Mondoweiss. «No me molestó ni me perturbó que hubiera conversaciones a puerta cerrada de las que no formáramos parte, ni que se firmara a nuestras espaldas. Dije abiertamente que no me importaba quién lo firmara o quién lo negociara. Me importa lo que hay en él, lo que hay en el acuerdo.»

Cuando Ashrawi leyó el acuerdo, dijo que estaba «extremadamente decepcionada» y preocupada por lo que describió como «defectos incorporados», que en aquel momento dijo que creía que acabarían volviéndose en contra de los intereses palestinos. «Porque [los acuerdos] no cuestionaban la realidad de la ocupación ni abordaban las cuestiones fundamentales, las causas del conflicto en sí. Se excluyó la totalidad de la experiencia palestina. Se mantuvo la fragmentación, se mantuvo el enfoque por fases, se mantuvo el control efectivo israelí sobre el terreno, y todas las cuestiones aplazadas no tenían garantías, ni supervisión.»

Yara Hawari, analista política del think tank palestino Al Shabaka, afirmó a su vez que los Acuerdos de Oslo «siempre estuvieron preparados para fracasar». «[Se crearon] para que el pueblo palestino saliera perdiendo en lo que supuestamente eran negociaciones de paz, y tres décadas después hemos visto que, en realidad, han significado una capitulación total.»

Los acuerdos

Los Acuerdos de Oslo fueron una serie de documentos firmados entre 1993 y 1995 que sentaron las bases de un supuesto proceso de paz que, a lo largo de cinco años, debía culminar en un tratado de paz que pusiera fin al «conflicto» palestino-israelí. ¿Qué decían exactamente esos acuerdos? ¿Y por qué fueron tan controvertidos?

«Al pueblo palestino se le dijo que sería un proceso de paz y que, durante un período de transición, lo conduciría hacia una eventual condición de Estado. Y se diseñó como un proceso por fases, de modo que en cada etapa se le iría concediendo más soberanía», dijo Hawari. «Pero, en realidad, lo que vimos fue que Cisjordania fue totalmente dividida en bantustanes; la Franja de Gaza y Cisjordania fueron totalmente separadas entre sí; la dirigencia palestina fue convertida en un órgano con funciones de servicio, y se privó al pueblo palestino de una autonomía plena.»

Los acuerdos nunca llegaron a abordar ninguna de las cuestiones fundamentales que determinan la vida y la lucha palestinas: las fronteras de su futuro Estado, el retiro de las colonias ilegales israelíes de Cisjordania, el regreso de la población palestina refugiada a sus hogares y el estatuto de Jerusalén como su futura capital. Nunca hubo realmente intención de aceptar ningún tipo de soberanía o autodeterminación para el pueblo palestino.

En los años posteriores a la firma de la DP, la nueva ANP se puso en marcha, formó su gobierno provisional y dio la bienvenida a cientos de compatriotas que vivían en el exilio. Pero en 1999, cuando finalizó el período provisional de cinco años previsto en los acuerdos, poco se había logrado en cuanto a las negociaciones sobre el estatuto definitivo del país.

Israel no había cumplido su promesa de retirarse totalmente de zonas de Cisjordania y Gaza, y, a pesar de sus promesas de hacer un alto, seguía construyendo más y más colonias exclusivamente judías sobre tierras palestinas.

Y en 2000, incitada por la incendiaria visita de Ariel Sharon a la Explanada de las Mezquitas, estalló la segunda intifada. El Ejército israelí reocupó toda Cisjordania y los años siguientes estuvieron marcados por detenciones y asesinatos masivos y la construcción de un muro ilegal que separó a familias y comunidades y anexionó más tierras palestinas. Los restos que pudieran quedar del proceso de paz se desvanecieron.

Las colonias y la contracción del espacio

En medio de la segunda intifada, los intentos de Estados Unidos de reactivar el proceso de paz con la cumbre de Camp David en 2000 resultaron inútiles. Sin embargo, aunque el proceso de paz estaba muerto, el marco establecido por los Acuerdos de Oslo siguió vigente. Eso significó que se mantuvo el gobierno palestino que debía ser temporal, pero sin un Estado independiente al que gobernar. Mediante la fuerza militar, Israel siguió controlando las fronteras, los recursos naturales palestinos y, de hecho, las vidas de millones de personas.

«La promesa clave de Oslo era el Estado palestino, y sabemos que obviamente no se ha logrado», dijo Hawari a Mondoweiss. «En su lugar, lo que vemos son estos pequeños nichos de falsa autonomía en Cisjordania. También se hicieron muchas otras promesas relacionadas con la economía, con el control de los recursos, y, en realidad, ninguna de ellas se ha cumplido. El único que ha salido ganando con los acuerdos es el régimen israelí, que ahora controla Cisjordania en su totalidad, mantiene a Gaza bloqueada y, básicamente, ha saqueado todos los recursos palestinos. Y esto se estableció en los Acuerdos de Oslo.»

En los años que siguieron a la firma de los acuerdos, la población palestina fue testigo de cómo sus espacios se reducían rápidamente, a medida que Israel avanzaba en la construcción de vastos asentamientos coloniales en lo más profundo de Cisjordania y de Jerusalén ocupadas. Entre la firma de los Acuerdos de Oslo y el estallido de la primera intifada, el número de colonos israelíes en Cisjordania aumentó casi un 100 por ciento.

En 2000, la población colona en Cisjordania era de poco más de 190 mil personas. Hoy, hay más de 500 mil colonos ilegales asentados en el territorio palestino, en violación del derecho internacional. Incluyendo a la que vive ilegalmente en Jerusalén Este, la población colona en los territorios palestinos ocupados ha superado las 700 mil personas. [Véanse las notas sobre Cisjordania en este especial.]

Ese aumento de la población colona, combinado con un gobierno israelí de extrema derecha, ha supuesto un incremento significativo de la violencia colonial y ha dejado a la población civil palestina en primera línea. En los primeros ocho meses de 2023, la ONU documentó más de 700 ataques de colonos armados. Los ataques han provocado daños en viviendas, propiedades, tierras de cultivo, lesiones físicas e incluso muertes.

Debido a la fragmentación territorial establecida en los Acuerdos de Oslo, la ANP y sus fuerzas de seguridad solo tienen jurisdicción sobre el 18 por ciento de Cisjordania, lo que significa que, ante un ataque de los colonos, la gran mayoría de la población civil palestina queda abandonada a su suerte.

Una juventud desilusionada

Tras los Acuerdos de Oslo nació una nueva generación palestina, que se conocería como la generación Oslo y que creció marcada por las falsas promesas y la pérdida de la vida, la tierra y el poder de elegir su propio futuro. «Somos testigos a diario de cómo matan y detienen a nuestros familiares y amigos. Nos humillan en los controles militares cada vez que intentamos salir o entrar en nuestras ciudades o pueblos. Y vemos cómo expulsan a nuestra gente de sus tierras mientras se construyen cada vez más colonias en su lugar», declaró a Mondoweiss Zaid Amali, activista palestino de Ramala.

Al preguntarle qué pensaba de que los dirigentes palestinos e internacionales siguieran promoviendo la solución de los dos Estados y las «negociaciones de paz» en la escena mundial, Amali respondió: «Puede que les resulte más cómodo aferrarse a ese marco, pero es muy poco realista, e ingenuo, seguir aferrándose a él porque Israel ha destruido sistemáticamente la solución de dos Estados. Y a nosotros también nos parece insultante e irrespetuoso seguir hablando de esto en teoría, cuando en realidad, sobre el terreno, lo que está ocurriendo es todo lo contrario».

En los 30 años transcurridos desde la firma de los primeros acuerdos, la ANP, que debía ser un gobierno provisional, se ha convertido en permanente. Y, sin embargo, en estas tres décadas solo se han celebrado elecciones dos veces. Todos los intentos en los últimos 16 años de llevar a cabo elecciones o reanudar las conversaciones de reconciliación entre las facciones políticas rivales han sido malgastados. Los dirigentes de la ANP en Cisjordania y los de Hamás en Gaza han consolidado el poder en manos de unas pocas élites, al tiempo que han ido aumentando su autoritarismo, reprimiendo la disidencia, censurando los medios de comunicación, encarcelando e incluso asesinando a disidentes.

«El sistema se ha convertido, en la actualidad, en algo bastante decepcionante», declaró Ashrawi a Mondoweiss. Sin dar nombres, continuó: «Terminaron preocupándose más por el poder, por el control, que por el servicio. [Se volvieron] más preocupados por su propio interés, su influencia y los adornos del poder que por la idea de contribuir y servir al pueblo». Al preguntarle sobre cómo se deterioraron las cosas hasta llegar a la situación actual, Ashrawi lo atribuyó a un «abuso de poder» generalizado. «Poco a poco se fueron reduciendo los espacios para las libertades y los derechos; en última instancia, ahora ni siquiera hay un poder legislativo. Incluso el Poder Judicial quedó subyugado al Ejecutivo. Y el Ejecutivo se concentró en manos de unos pocos, y así se ha distorsionado cualquier atisbo de la democracia que pudimos tener o intentamos establecer aún bajo la ocupación», afirmó. «No culpo a la ocupación de todo. Hay cosas bajo nuestro control de las que se ha abusado y que se han distorsionado.»

La concentración de poder en manos de figuras autoritarias como el presidente Mahmud Abás ha hecho que toda una generación ronde o supere los 30 años sin haber participado nunca en una elección nacional. Zaid Amali, de 25, afirma que es una realidad extremadamente frustrante para los jóvenes palestinos como él. «Es frustrante porque deberíamos poder elegir nuestro propio gobierno de forma democrática», dijo.

«Este gobierno debería reflejar nuestros intereses, atender las necesidades del pueblo palestino y representarnos de verdad. Pero, en realidad, está sirviendo a los intereses de unos pocos a expensas de la mayoría. Y si hablamos de la juventud, constituimos la mayoría de la población palestina. Así que para nosotros es muy frustrante ver que este gobierno no está trabajando realmente en nuestro interés. Por desgracia, a menudo lo hace en nuestra contra.»

La vuelta a la resistencia armada

Quienes nacieron el año en que se firmaron los Acuerdos de Oslo cumplieron 30 años en 2023. Hasta hoy, ninguno ha tenido la oportunidad de participar en la vida política. Económicamente, sus oportunidades son muy escasas. El desempleo en toda la Palestina ocupada se acerca al 25 por ciento, mientras que en Gaza ronda el 50 por ciento.

Mientras tanto, el control de Israel sobre la vida palestina es cada vez más férreo. Los años 2022 y 2023 han sido de récord de violencia contra la población ocupada, así como de expansión de las colonias. La situación sobre el terreno se ha vuelto desesperada, lo que ha llevado a muchos jóvenes palestinos a tomar el asunto en sus manos. Desde 2022 se ha dado un resurgimiento de la resistencia armada en Cisjordania, con milicias dirigidas por jóvenes de tan solo 18 años. Muchos de esos grupos armados, algunos de los cuales operan bajo la bandera de la unidad en desafío a las rivalidades entre facciones, cuentan con un apoyo popular masivo. Pero tanto el gobierno israelí como el palestino han considerado a estas milicias armadas como una amenaza para el statu quo cimentado tras los Acuerdos de Oslo. Como parte de su política de «coordinación de la seguridad» con Israel, establecida en los acuerdos, en los últimos meses la ANP ha encarcelado a decenas de combatientes palestinos, así como a disidentes políticos, activistas, periodistas y estudiantes universitarios. Aunque algunos combatientes han aceptado el indulto y han entregado sus armas voluntariamente, los que no lo han hecho están siendo perseguidos y detenidos.

«No sabemos quién está contra nosotros, si la Autoridad [Palestina] o el Ejército israelí», dijo a Mondoweiss un joven del campo de refugiados de Yenín, pocos días después de la visita al lugar del presidente palestino Mahmud Abás (la primera en 11 años). «Durante cuatro años antes de ser detenido [por los israelíes], también me estuvo buscando la ANP. No nos sentimos seguros en absoluto con su presencia.»

«Ahora mismo, en realidad, están trabajando contra nosotros», dijo el joven, refiriéndose a la campaña de detenciones que la ANP lleva a cabo contra los combatientes en zonas como Yenín y Nablus. «Es una sola operación con el Ejército y los servicios de inteligencia israelíes. Cuando estos vienen a atacarnos, la ANP va y se esconde en sus recintos.» «Ellos [la ANP] intentan que nos entreguemos y entreguemos nuestras armas, y que renunciemos a esta causa por la que luchamos. Pero no nos rendiremos, pase lo que pase.»

En efecto, los intentos de la ANP de frenar la resistencia parecen estar resultando contraproducentes. Las encuestas de opinión pública de este año muestran que el 68 por ciento de la población palestina apoya a los grupos de resistencia armada, y cerca del 90 por ciento cree que la ANP no tiene derecho a detenerlos. Además, más de la mitad de la población cree que la existencia de la ANP sirve a los intereses de Israel, no a los del pueblo palestino.

«Se trata de una dirigencia que nos ha llevado a una situación en la que vivimos esencialmente en bantustanes y guetos, en Cisjordania, Gaza y la Palestina colonizada», afirmó Hawari. «Así que tenemos que reconocerlo, y ese es el trabajo interno en el que tenemos que enfocarnos. Para tener un futuro mejor, tenemos que analizar muy bien a nuestra dirigencia y reconsiderar cómo queremos que sea. ¿Queremos una dirigencia que capitule y colabore con nuestros opresores? ¿O queremos una dirigencia que sea revolucionaria y centre su narrativa en nuestra liberación?»

1. Publicado en Mondoweiss el 14-IX-23. Traducción de María Landi. Patel es editora en jefe de esa publicación estadounidense.

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