Al Rony había que aprender a quererlo. Es verdad que no eran muchos quienes querían iniciarse en este aprendizaje, y de hecho tampoco era un camino fácil. Pero cuando uno empezaba a conocerlo en serio ya no podía dejar de tenerle aprecio. En los primeros años que tuve trato con él, Ronald sólo presentó su costado más insoportable: se comportaba como un niño chico, preguntaba una decena de veces lo mismo, estorbaba a sus colegas de la redacción para pedirles que le hicieran un café o le prendieran la computadora (usar la cafetera era muy sencillo, le hice el café una sola vez y le dejé claro que sería la última, y para prender la computadora bastaba con meter el dedo índice en el botón de on). En ese entonces me era muy fácil creer que Rony tenía severos problemas mentales, pero por otra p...
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