Los pocos que permanecimos sentados éramos extranjeros, y lo hicimos por dos razones: como profesionales independientes del periodismo, pensábamos que no podíamos rendir pleitesía a ningún gobernante, y además porque, sin conocer a fondo las sutilezas de la realidad y la idiosincrasia chilenas, nos resultaba extraño que aquel hombre, cómplice pasivo del derrocamiento de Allende –que tres meses antes del golpe dijo a The Washington Post que, puesto a elegir entre “una dictadura marxista y una dictadura de nuestros militares, yo elegiría la segunda”–, encabezara una coalición de gobierno con quienes habían sido perseguidos, exiliados y torturados por esa dictadura.
Bien se puede afirmar que la muerte de Patricio Aylwin, el 19 de abril, es la muerte simbólica de un estilo de hacer política en...
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