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Ideas secuenciales

A principios de los noventa Scott McCloud tuvo una idea banal: explicar el funcionamiento de las historietas, en formato historieta. Ni él mismo debe haber previsto lo bien que resultó. “Entender el cómic” se transformó en un clásico de la teoría de la historieta. Ahora su secuela “Reinventar el cómic” acaba de ser reeditada en español por Planeta.

Todavía no existe en Uruguay esa clase de soponcio parental producido por un hijo que anuncia espléndidamente a sus padres que su vocación es el estudio y la crítica de la historieta. El interesado, salvo que haya encontrado la manera de radicarse en Escocia, Canadá o Estados Unidos, deberá resignarse al camino del samurái, que lo condenará a esconderse en polvorientos rincones acechando bibliografía, a afilar el ingenio desentrañando en soledad arcanos pasajes de enrevesada teoría y a abrazar la férrea disciplina del autodidacta. Así, poco a poco irá formando una pequeña biblioteca de libros cuyo objeto es el análisis de la novela gráfica, la historieta o el humor en viñetas. Será realmente una biblioteca en extremo pequeña, ecléctica, llena de lagunas, en la que se mezclarán los volúmenes dedicados a historiar el género con algunos ensayos de corte sociológico, ciertas recopilaciones de crítica y pocos –poquísimos– libros de teoría. No es extraño. Ya es suficientemente complicado que se trate de un género a medio camino entre las artes visuales y la literatura que, hasta hace poco, era considerado simplemente un entretenimiento barato dirigido a los niños.

Para cualquiera que haya hecho sus primeras armas en el submundo de la crítica de historietas leyendo a Masotta y Dorfman, Eco y Barbieri, Barthes y Steimberg –y aguantando al insufrible Terenci Moix– , o sea alguien para quien los años sesenta no son lo peor que le pasó al mundo después de Hitler, la aparición de Entender el cómic en los años noventa y su premisa de explicar los secretos de la narración gráfica utilizando una narración gráfica no parecían muy prometedoras. Era como si la historieta hubiese pasado un siglo esperando para ser objeto de sesudos estudios académicos para terminar explicándose a sí misma en globitos de dos líneas y dibujitos. Si el medio era tan rico y complejo como aducían los aficionados, ¿cómo sería posible reducirlo de esa manera?

Objeción que era, por supuesto, una rematada tontería.

Si la historieta se ha pasado todo ese siglo tratando de convencer a la gente de que es capaz de abordar con globos y dibujitos el amor, la vida y la muerte –entre, diría Benedetti, otras sorpresas–, ¿cómo no va a poder explicarse a sí misma por los mismos medios?

WILL, EL PRIMERO. Tal vez lo que sucedía era que la premisa sobre la que trabajó McCloud era tan pueril –un cómic sobre el cómic– que a todo el mundo le parecía facilísimo que saliera mal. Pero Mc– Cloud es inteligente y además había leído muy bien a Will Eisner.

De modo que bastaba con leer las primeras diez páginas de Entender el cómic para quedar totalmente convencido de que McCloud era la persona indicada para escribir esa historieta, que comienza cuando él era niño: “Yo sentía que había algo latente en los cómics… algo que no se había hecho nunca. ¡Una suerte de poder oculto! Pero cuando intentaba explicárselo a alguien, fracasaba miserablemente. Yo ya sabía que los cómics eran, en su mayoría, simples, vulgares, toscos, una cosa de niños. Pero… no tenían por qué ser así”.

Supongo que el secreto es exactamente ese: la certeza de que las historietas no tienen por qué ser así. Es como si un medio increíblemente rico hubiera sido secuestrado por corrientes principales absurdamente limitadas. La historieta tiene esa belleza extra de las limitaciones y potencialidades del medio. No es literatura, no es cine, no es pintura y es, a la vez, todo eso. Peor: es menos que eso. Es menos que literatura, menos que cine, menos que pintura. Pero a la vez es más que eso. Cada viñeta es una solución para decenas de problemas. Porque en sus limitaciones está ese potencial único de la historieta. Y es que, bueno, hay quienes disfrutamos viendo la solución gráfica de una sentencia como “De pronto, el ladrón se evaporó” (¿el dibujante optó por una representación trivial?, ¿ingeniosa?, ¿manida?). O viendo un auto salir a toda velocidad dejando una estela de letras gruesas que suenan Vroooom…. Screeeeeechhhh o cualquiera de sus variantes. Porque el auto no sale, está ahí quieto. Ni hace ruido alguno en la página. Pero gracias al “arte secuencial” lo vemos y oímos salir chirriando e irse levantando polvo por las páginas. Y no sólo eso, sino que gracias al tamaño de la letra y a la cantidad de vocales tenemos una idea del volumen del estruendo y su duración. ¿No es absolutamente maravilloso?

En Entender el cómic, Scott McCloud hizo un estupendo trabajo definiendo, describiendo y ordenando todos estos aspectos. Y dibujándolos. Como suele decirse, lo hizo parándose sobre los hombros de un gigante, ya que en los años ochenta Will Eisner había escrito El cómic y el arte secuencial y luego La narración gráfica. Eisner no fue tan lejos como McCloud en realizar sus estudios sobre la historieta utilizando esa forma narrativa, ni aplicó la duda metódica, como McCloud. Pero es indudable que sin los libros de Eisner, el de McCloud hubiera sido muy diferente.

TRES PATAS. En rigor, McCloud escribió dos libros más en este estilo cómic sobre aspectos del cómic. Porque siete años después de Entender el cómic (1993) volvió al ruedo con Re-inventar el cómic (2000), y tras otros seis años reincidió con Hacer cómics (2006).

Ahora Planeta ha reeditado el segundo de los libros teóricos de McCloud (anteriormente publicado por Norma). Hay que tener en cuenta que Reinventar el cómic fue escrito hace 17 años. Y es difícil que un medio que prometía reinventarse hace más de una década y media no hubiera cambiado, sobre todo considerando de qué década y media estamos hablando. Cuando McCloud escribió Reinventar…, la revolución digital apenas comenzaba, la industria del libro estaba viendo cómo se paraba ante el avance del e-book y la distribución por Internet era la gran promesa, el teletrabajo en la industria de la historieta era una realidad, pero prometía expandirse hasta límites insospechados, la libertad creativa que ofrecía la distribución on line era ilimitada, las herramientas de producción se democratizaban y la cantidad de lectores potenciales tendía al infinito… Es en ese marco que McCloud escribe sobre un medio que necesariamente iba a cambiar. Y más allá de que se haya equivocado o no en sus diagnósticos, en los acentos y en las esperanzas, el libro sigue siendo todavía una interesante reflexión sobre la creación y la industria. Reinventar el cómic aborda 12 “revoluciones” para mejorar la historieta. Esas 12 direcciones hacia las que el cómic puede crecer o cambiar son: el cómic como literatura, el cómic como arte, derechos de autor, innovación industrial, percepción pública, atención institucional, igualdad de género, representación de las minorías, diversidad temática, producción digital, distribución digital y cómic digital.

Puede decirse que McCloud pecó de optimista, porque no podía prever, por ejemplo, que el género superheroico iba a tener el impulso que tuvo debido a la absoluta falta de ideas que adolece la industria cinematográfica. Pero es por eso mismo que Reinventar el cómic a pesar de parecer datado en algunos aspectos, en otros conserva la vigencia, porque ciertamente hay muchas de las “revoluciones” señaladas por McCloud que todavía están por suceder.

No deja de ser encantador que, en algún sentido, la queja del McCloud niño, dibujado en las primeras páginas de Entender el cómic, mantenga su vigencia. Y es que, de hecho, probablemente esté en la naturaleza misma del medio que las cosas sean como son y probablemente sea bueno que eso no cambie nunca. Me refiero al sentimiento de que hay algo latente en los cómics, una especie de poder oculto. A lo mejor está muy bien que las historietas sean, en su mayoría, simples, vulgares, toscas, una cosa de niños. Pero que no tengan por qué ser siempre así. Tal vez es en esa potencialidad de existir entre lo pueril y lo sublime que el cómic perdura y sigue capturando la imaginación de los lectores.

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