Como en todo buen festival, la inmersión en él supone que el espectador organice bien su agenda para saber a qué cuatro o cinco películas asistirá a lo largo de la jornada, y, sobre todo, qué otras películas, conferencias, charlas o eventos de la farándula deberá sacrificar en función de ello. Pero si bien la oferta (1.200 proyecciones) es inabarcable, en rigor todo en el Tiff lo es: las colas para las películas suelen comenzar a formarse una hora antes, y a veces se extienden por cuadras. En el complejo Scotiabank, donde está la mayor cantidad de salas exclusivas para el festival, las filas suelen inundar el recinto y oleadas de gente se mueven en una u otra dirección, según esté por comenzar una función o acabe de terminar otra. Este aparente caos está sin embargo perfectamente organizad...
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