Del Festival de Cannes –y ya desde la primera edición cancelada en 1939 por la guerra, y su relanzamiento en 1946– es difícil determinar qué es lo que tiene más peso: ¿los premios o sólo la Palma de Oro?, ¿la alfombra roja?, ¿la prensa?, ¿el mercado, con las escandalosas cifras que mueve?, ¿el público?
Probablemente todo junto, agitado en esa coctelera con el brebaje de alta graduación que es Cannes. Pero en la historia del festival hay algo más que ha contribuido no poco a perfilar su estatus y engrandecer su aura: los escándalos y controversias; películas que han funcionado como un shock para la crítica; filmes perturbadores, rupturistas o moralmente afilados, alabados por algunos y despreciados, cuando no denigrados en abucheos por una ruidosa mayoría. De la misma manera que otros filme...
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