Cumplía años. Había salido con unos amigos por la Ciudad Vieja, cerca de donde vivía. “Una distracción de mente, señorita”, afirma en un español particular, con un acento parecido al que tendría un francés, pero con una cadencia más lenta al hablar. Fue a Kalú.
Le gusta la música electrónica, característica de ese boliche. Sus amigos se quedaron en otro. En Kalú encontraría otros conocidos. Al rato de entrar vio que lo seguían un par de patovicas; lo siguieron incluso hasta el baño. “Es mi cumpleaños, amigo, estoy festejando”, les dijo. Luego fue hacia la barra por un trago. “Cuando estaba pagando lo sentí en el costado de la cabeza”, y golpea el puño cerrado contra su otra mano abierta produciendo un ruido seco, “un shock, un blackout, mientras escuchaba: ‘Negro de mierda, andate a t...
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