20 de noviembre de 1940. Esa tarde de miércoles el desolado republicano deambulaba por 18 de Julio, vulnerable, sin rumbo. Había arribado pocas semanas antes a Montevideo, invitado por antiguos compañeros de lucha que procuraban, vanamente, curar heridas de guerra, tan profundas como recientes. El paso indolente señalaba agobio y desánimo.
La mirada desatenta apenas disimulaba un recóndito tormento. Su mayor preocupación no era la subsistencia material. Tampoco parecía convincente su pretendido papel de “hoja suelta por el mundo”. Vivía perseguido por martirizantes fantasías que auguraban una muerte solitaria en tierra remota. Sufría, más que por la distancia, por el olvido.
“Os aseguro que es muy poco divertido encontrarse en un país extraño, sin amigos y sin cuenta corriente. De tod...
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