La ciudad de Montevideo duerme a la intemperie, eso es algo que se aprende desde niño. También Buenos Aires, Nueva York o Tokio, pero acá el cielo está más próximo porque la ciudad es baja y abierta, y ningún conglomerado de edificios le ha borrado la condición de aldea frente al mar. Un fuerte junto a un puerto que se convirtió en aldea, una aldea que se convirtió en capital y todavía luce en las calles y avenidas la modestia melancólica de los pueblos que se templan al sol y se agrisan en la oscuridad. De los cuatro cuadrantes los vientos cruzan y se aceleran en las calles, las nieblas del mar vendan los edificios y rara vez la lluvia no moja por debajo, como si subiera de las alcantarillas.
Las inclemencias del cielo siempre fueron tema habitual de los vecinos en las ferias, las veredas...
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