A mediados de los años cuarenta Buenos Aires era el lugar de residencia de tres grandes escritores marginales; el polaco Gombrowicz, el uruguayo Juan Carlos Onetti y Virgilio Piñera, cubano. “Podría decirse –comentó Antón Arrufat– que con los dos primeros la posteridad ha sido justa y los ha asimilado, el último permanece hasta ahora reducido a un interesante ejemplar de la atractiva fauna habanera. Pobre y excéntrico se quedó solo, lo que tal vez en el fondo quería y buscaba.”
“La sociedad con escritores muertos se cuenta entre las más inquietantes, misteriosas experiencias que podemos tener”, dice el cubano Antón Arrufat en los comienzos de un libro inusual. Esa intimidad conmovedora que da la lectura hace que los lectores tengan otra vida, paralela a la de su tránsito cotidiano. En ocas...
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