La perilla del dial - Semanario Brecha
Cambios en las radios públicas

La perilla del dial

Se supo en estos días que unas cuatro decenas de trabajadores serían cesados de las radios estatales Uruguay, Babel, Clásica y Emisora del Sur. La medida afectaría a un 80 por ciento de los contratos. No se trata, estrictamente, de despidos, sino de «no renovaciones». El hecho es que no estarán más en la radio, ni ellos ni sus programas. Aparentemente la causa no entraría en el concepto de recorte, sino que obedece a la necesidad de «racionalizar la inversión en capital humano». El director del Servicio de Comunicación Audiovisual Nacional, Gerardo Sotelo, comentó que «se necesita incrementar la cantidad de trabajadores en Televisión Nacional y en las plataformas digitales, además de renovar la programación y mejorar los ratings».

Se impone aquí una reflexión general. La programación de estas radios tenía características que la hacían única; básicamente, interés por difundir o analizar fenómenos de interés cultural, aunque no necesariamente muy marketineros. Entre otros, había programas que hablaban de cine, música y literatura, rocanrol, tango, payadores y cantores criollos, juventud y cultura, deporte y cultura, música para la infancia, y literatura infantil y juvenil. Los realizadores incluían gente de vasta trayectoria en la temática tratada, así como gente más joven, pero muy vinculada con el ambiente. Y uno puede preguntarse: ¿no es para eso que existen los medios públicos? ¿No es su idea difundir asuntos de interés, pero en los que, por el motivo que sea, ese interés no pasa por su éxito en los mercados culturales? Sin embargo, se argumenta que esos programas no tenían mucho rating. ¿Pero no es lógico que algo que es elegido para difundir productos artísticos no exitosos comercialmente tampoco sea, en sí mismo, «un éxito»? ¿Cómo se mide el «éxito cultural»? Cabe señalar que no estamos ante un intento de mejora de la programación dando de baja programas que no tengan –según los que definen esas cosas– el nivel de calidad necesario. Eso ha pasado y pasará, con cambios de gobierno o sin ellos, y siempre será discutible caso a caso. Los realizadores de estos programas, al igual que los artistas, están sometidos a una prueba permanente y puede pasar que algo que arrancó muy bien se termine desinflando.

Es medio temprano para emitir una opinión final, porque la nueva programación aún no se conoce, pero de las palabras de Sotelo (que, por entrevistas que le he visto hacer –en alguna de las cuales participé incluso como entrevistado–, me consta que es un tipo inteligente, con sensibilidad artística y conocimientos sobre el tema) se desprende que algunos –no se sabe cuántos– de esos cargos serían absorbidos por otros rubros, como la televisión y los medios digitales. Ignoro con qué rellenarán las horas de radio que queden vacantes. ¿Pasarán música grabada, sin que nadie hable y sin que haya artistas convocados? No lo sé. Veremos. Pero da un poco de miedito; uno no vive en un táper, conoce el pensamiento de algunas altas autoridades y no puede evitar la sospecha de que la intención sea simplemente transformar las radios públicas en algo soporífero, inescuchable y muy muy lejano a la vida cultural real del país, facilitando que la audiencia adquirida se termine volcando definitivamente a las radios comerciales, cuyo concepto de cultura está definido por los invisibles designios de san Mercado. Otra posibilidad es que se apueste a «lo que la gente quiere escuchar» –la vieja excusa reaccionaria para no hacer nada interesante– y se acaben refritando formatos y contenidos probados, sin aportar nada nuevo, pero sin la cuota de talento o gracia de los originales.

Una tercera opción, para nada descartable, es la de «vamos a sacar a todos estos zurdos, así podemos poner a algunos de los nuestros», que implica administrar la radiodifusión cultural como el territorio de influencia de algún caudillo. Ahora que lo pienso, no sé para qué me complico dándole vueltas al asunto: es muy probable que se trate solamente de eso, algo tan simple y cristalino como la politiquería criolla.

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