Pocos libros en la historia de la literatura uruguaya –esa materia laxa y en permanente formación, pautada por una serie (breve) de autores y obras más citadas que leídas, que pretende vivir en estos tiempos una presunta renovación– merecen tanto el rótulo de clásico como el Diario del viaje de Montevideo a Paysandú, del sacerdote Dámaso Antonio Larrañaga.
La frase anterior impone dos aclaraciones. Primero: por “clásico” debe entenderse a una obra que sienta escuela y no pierde vigencia, al tiempo que renueva su valor intrínseco con la lectura que de ella hace cada nueva generación de lectores; segundo: reducir a Larrañaga a la mera condición de sacerdote es una auténtica (y extendida) paparruchada, pues la visión del mundo de este montevideano descendiente de vascos, nacido el 10 de dicie...
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