La prisión cotidiana - Semanario Brecha

La prisión cotidiana

Las herederas. Marcelo Martinessi, 2018.

Las herederas. Marcelo Martinessi, 2018.

Son sumamente curiosos algunos de los sucesos que tuvieron lugar en Paraguay cuando se estrenó esta película.1 Algunos políticos conservadores alzaron la voz en contra de su proyección, repudiando el hecho de que se tratara de una historia centrada en una pareja de lesbianas. Luego de asegurar que una película así atenta contra los valores de “la familia”, una senadora llegó a gritar: “¡Sólo falta que vengan los homosexuales a casarse aquí!”.

Esta coproducción, en la que participa la productora uruguaya Mutante Cine como socia minoritaria, viene llevándose premios en los festivales de Cartagena, Seattle, Sidney, Berlín y Toronto. Esa exitosa recepción crítica llama la atención una vez más sobre la buena calidad del cine paraguayo, que este año también tuvo entre sus materiales otras películas premiadas, como Ejercicios de memoria y Los buscadores.

La historia se centra en Chela, un personaje llamativo. La actriz Ana Brun está brillante interpretando a una mujer de unos 60 años, de voz cascada y mirada ancha y pasmada. Tanto en sus gestos vergonzantes como en su forma de moverse y hablar, Chela denota cierto hastío y hasta una presumible depresión. Las circunstancias la justifican: el caserón de clase alta donde pasó su vida se ve ajado y descascarado, y las vicisitudes económicas que atraviesa junto a su pareja, “Chiquita” (Margarita Irún), la obligan a vender los objetos familiares de lujo (vajilla, copas de cristal, un reloj, un piano), últimos testigos de antiguas prosperidades.

Pero las cosas se complican todavía más cuando Chiquita debe pasar un período en la cárcel. Es que las deudas acumuladas llevan a que un banco la denuncie por estafa, lo que deriva en un procesamiento con prisión preventiva. Esto supone el epicentro de la crisis, en el que a Chela parecería pesarle mucho menos la situación real –Chiquita se mueve como pez en el agua dentro de la prisión– que la mirada prejuiciosa de los demás.

Hay pequeños detalles coloquiales que dan vuelo a la narración: el contraste entre las conversaciones de las señoras de clase alta y las de las reclusas en la cárcel, el rol de la empleada doméstica de Chela, y especialmente el personaje secundario “Pituca” (el apodo no podría haberle venido mejor): una anciana que se las trae. Con una notable dirección de actores, el director Marcelo Martinessi compone un cuadro minimalista, un acercamiento íntimo a la cotidianidad de esa mujer que, paulatinamente, comienza a darse cuenta del encierro, tanto mental como literal, en el que vivió durante las últimas décadas. La dictadura más larga de Sudamérica ha construido una sociedad en la que las personas se protegen levantando murallas a su alrededor, y es notable la forma en que el guión muestra el quiebre radical, el torrente emocional y los cambios de perspectiva que esta “crisis” puntual genera en Chela, llevándola a buscar nuevas vías de supervivencia y a descubrir, en el proceso, un mundo nuevo.

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