Seguro que son pocos los que aún recuerdan los apodos el Conejo, el Cara, el Paraguayo, el Tartamudo, los nombres de Ricardito, Elisa, Raquel o Teresa, e incluso menos a los que les suene los de Dario, Edoardo y Marcello. De toda la danza de nombres y apodos que encarnaban los protagonistas de las sucesivas notas publicadas por María Urruzola en Brecha entre abril y junio de 1992, apenas son reconocidos –y en general no por los motivos expuestos en aquellos artículos– los del dueño de una agencia de viajes, un abogado vinculado al fútbol y, más lateralmente, un entonces famoso jugador, salpicado también de aquella tinta. Y sin embargo, esos nombres inquietaron la siesta autocomplaciente del Uruguay de 1992, cuando aquellos artículos fueron revelando las actividades de la organización de pr...
Artículo para suscriptores
Hacé posible el periodismo en el que confiás.
Suscribiéndote a Brecha estás apoyando a un medio cooperativo, independiente y con compromiso social
Para continuar leyendo este artículo tenés que ser suscriptor de Brecha.
¿Ya sos suscriptor? Logueate