Los libros hacen muchas veces caminos largos y sinuosos antes de alcanzar a su lector; pero lo verdaderamente extraño es cuando ese recorrido imita o recuerda a las historias que ese libro cuenta. A mitad de este año leí en The Guardian una necrológica que llamó mi atención. El muerto, aunque ignorado, no era imprevisto: Tom Unwin había vivido 88 años y portaba un currículo que cumplía con las expectativas de un buen obituario anglosajón.
Una carrera internacional en las Naciones Unidas, cierto idealismo volcado hacia el Tercer Mundo, una pericia lingüística que lo hacía capaz de comunicarse en 11 lenguas, estadías en África, conexiones con personalidades como Kofi Annan, con Nyerere en Tanzania, contactos con Alexander Dubeck, el depuesto presidente checo cuando la Primavera de Praga...
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