La costa del sur era el lugar de los “candombes”, vale decir la cancha, o el “estrado” de la raza negra, para sus bailes al aire libre.
Si la raza blanca bailaba al compás del arpa, del piano, del violín, de la guitarra o de la música de viento, ¿por qué la africana no había de poder hacerlo también al son del tamboril y de la marimba?
Si la una se zarandeaba en el fandango, el bolero, la contradanza y el pericón con sus figuras y castañeo, bien podría la otra sacudirse con el tantán del candombe.
Los domingos, ya se sabía, no faltaba el candombe, en que eran piernas lo mismo los negros, viejos y mozos, que las negras, con licencia “de su merced el amo o la ama”, salvo si eran libertos o esclavos de algún amo de aquellos que los trataban a la baqueta, sin permitirles respiro.
Cada “nación”...
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