Las nómades - Semanario Brecha

Las nómades

Las palabras no tienen magia, la producen. Cuando la producen siempre lo hacen en desorden para borrar las huellas.

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La manada de búfalos cruza el campo con sus animales jóvenes y sus animales viejos. Mientras unos caen heridos, otros se enferman y otros se apartan. Detrás llega otra manada que apenas conoció a la anterior. Nadie sabe bien quién fue quién. Y los vuelven a inventar, como pueden.

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Hay muchos tipos con talento. Pero yo te hablo del don y sus miserias.

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La memoria junta lo que puede. El pasado no se puede juntar. Es un abismo. Que un animal lleve un abismo en la cabeza es asombroso.

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Lo que Stevenson sabe es que en el espíritu de los ladrones y los criminales hay una moral tan estricta que los condena a vivir en perpetuo pecado. Stevenson cree en la ingenuidad del mal.

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Lo malo de envejecer es que uno se llena de conclusiones.

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Santiago, el mayordomo de la película de João Moreira Salles, es una figura de extraña nobleza. Dedicó su vida a servir en casa de burgueses, a adorar la música y a copiar la historia de reyes, papas y aristócratas europeos en miles y miles de páginas manuscritas. Y de ese modo íntimo y servil convirtió la reverencia en libertad.

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La única prueba de la eternidad es la muerte, que nos lleva para siempre.

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Samuel Johnson hace coincidir lo que sabe y lo que cree saber con una audacia estremecedora.

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Todos los hombres somos el mismo hombre, dijo Faulkner. No importa lo que hagamos, seremos el mismo hombre hasta el último hombre. Pero él contaba historias de hombres y mujeres muy distintos. Tenía un abrumador respeto por las diferencias, al extremo de mostrarlas como partes del mismo ser.

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Dentro de cada uno vive un mono. El mono no conoce el tiempo. Golpea una y otra vez la misma piedra. Y no hay forma de dejar de escucharlo.

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Me dice Juan Fló en la mesa de su cocina: ¿tengo que creer todo lo que me dicen de bueno porque es verdad?, ¿o solo me lo dicen porque estoy loco y, entonces, debo creerme sus mentiras como si fuesen ciertas?

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Y a partir de entonces pasó la vida luchando contra sus debilidades, sin vencerlas.

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Reivindicó el presente y el deseo en rebelión contra la moral conservadora. Poco después el presente y el deseo se transformaron en motores del consumo alucinado. Venga y vea, ¡el deseo se desea a sí mismo! Ahora se dedica a conservar las palabras que el mundo dejó de escuchar.

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Hay personas tan hechas en una sola dirección que, más que una voluntad, son una estética.

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En El corazón de las tinieblas, Conrad contó el fracaso de Marlowe por entender lo que vivió en el Congo. «¿Ven la historia? ¿Ven algo? Me parece que estoy tratando de contar un sueño…», dice, recuerda, se confiesa, se aturde, se corrige, se pierde, se rinde. Porque, como años después repitió Faulkner, la verdad de lo vivido está perdida. Y más acá, ¿no empastó Onetti una mirada sobre otra hasta la dispersión de sus asedios?

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La pródiga limitación y su inocencia hacen que un personaje se parezca a una persona.

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Ahora que superamos el odio de clase, deberíamos abandonar también el desprecio. Por mucho que se esfuercen, los pobres no pueden despreciar a los ricos porque dependen de ellos para vivir. En cambio, los ricos pueden prescindir hasta de sí mismos.

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La estupidez, como la muerte, no discrimina.

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Todo bien, pero tengo otra pregunta: ahora que la política es relato, ¿qué harán las ficciones con los problemas del mundo?

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Me dijo Villanueva Cosse que le enseñó su maestro: todos tenemos dentro un payaso y hay que dejarlo salir, porque ahí está lo mejor de uno. Hay que dejarlo salir incluso si llega Augusto, que en el mundo de los clowns es el payaso siniestro.

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Un ventarrón del sur juega a derribar árboles mientras el sol de abril se hunde en el agua. Dentro del agua hay muchos muertos y arriba los vivos levantan los brazos para derrotar la peste.

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El amor y el sexo se van a la cama con parejo ardor. Pero el sexo es rapiñero  y el amor nunca lo es.

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El tema del fuego es la posesión.

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Las cosas son más claras en la noche. La luz del día todo lo viste con destellos, declinaciones y engaños.

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Antes que por la forma un escritor siente orgullo por lo que dice. Le ha costado mucho esfuerzo encontrar la forma de decirlo. Pero, obsesionados con las influencias y los itinerarios, los críticos prestan poca o ninguna atención a esto.

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El muerto que se convierte en número. Qué borramiento.

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La pandemia mostró hasta qué grado el mundo solo es viable por la confianza en los demás. Destruida la confianza, nos llenamos de terrores, de agonías y de máscaras.

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La prosaica vigilia envidia la lírica del sueño.

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En el desorden natural del universo la razón es una forma del delirio, dice Borges en su cuento «Tigres azules». El delirio de una criatura obsedida por la lógica –leo yo–, que insiste en ordenar el mundo mientras provoca un desorden capaz de destruirlo.

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La imaginación consuela las frustraciones de la realidad, dijo mi padre. Pero la realidad también tiene el tamaño de la imaginación.

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Hoy en la tarde la niebla levantó una muralla en la costa. Se mantuvo inmóvil alrededor de un cuarto de hora y avanzó sobre la escollera, la cúpula de la Aduana, el campanario del Señor de la Paciencia, el Palacio Salvo, hasta dejar las ventanas encendidas y aisladas igual que farolas de una desquiciada feria japonesa.

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