Es que la perspectiva, esa sensación de abarcar los siglos en una sola mirada, que proporciona recorrer estos libros, es indispensable para tales revisiones. Incluso podría prescribirse, por ejemplo, como ansiolítico para reformadores educativos: treinta años después de iniciada la reforma vareliana, ocho presidentes después, mucho menos de la mitad de los chiquilines en edad escolar (el 38 por ciento) iba a la escuela.
Para ese año, 1908, hacía rato que el reformador había sido cívicamente canonizado, pero todavía era bien corriente que niñas de 10 años, como la futura legisladora comunista Julia Arévalo, tuvieran que cambiar la túnica blanca por la de aprendiz en la Fábrica Nacional de Fósforos.
“Falanges de niños de aspecto triste y enfermizo, vestidos pobremente, descalzos, trabajando ...
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