Más allá de sus múltiples actividades y destinos –la militancia y sus consecuencias: la cárcel en su Montevideo natal, el exilio entre Buenos Aires, Estocolmo, Copenhague; y su ejercicio de la traducción, dada la riqueza de idiomas que poseía–, Mario di Lucci fue ante todo un artista que desarrolló su discurso mediante la pintura. Su obra se fue concretando a través del diálogo entre él y la tela, pero en lo profundo en realidad lo fue con el mundo de su entorno, que fue autorrevelándole su visión del mismo y desarrollando así su lugar filosófico en esta tierra.
Así Di Lucci, a través de fracturas, quiebres visuales y alusiones representativas –en una lógica paradójicamente abstracta–, concretó en imágenes, tensiones y vibraciones, armonías y contrapuntos al igual que un músico. Tal como u...
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