Montevideo, otoño de 2014. El cantor probaba sonido. El Ñato de la Peña empezó a alejar jirafas, a apagar equipos: “Mejor sin aparatos: sonar es su oficio”. Se fue llenando el boliche. Apenas llegó Javi Alves, Chito de Mello arrancó su recital. Diego Azar, que jamás lo había escuchado, me dijo: “A mí una cosa que me impresionó fue verlo tocar samba, porque las tierras, que son suaves en la música brasileña, en el caso del Chito son un fierrazo en la mandíbula. Es lo contrario al criterio brasileño. Toca cosas que parecen brasileñas, pero, claramente, no lo son. Y también el idioma, porque el español endurece al portugués. Esa confluencia estética de sonoridad de letra y música yo nunca la había escuchado antes. Por eso, al primer compás, largué mi carcajada de placer espiritual”. Ahora, pensando en su muerte, Alessandro Podestá me dijo: “Si pienso en Chito y su guitarra, pienso en un toque pleno de vivencia, entramando el detalle de cada cosa a decir, afirmando lo novedoso y, aun así, siendo parte de la tradición. Y haciendo posible, en un solo instrumento, lo que varios no hubieran hecho para acompañar una canción”.
Vino de un lugar singular, de un espacio de la cultura nacional vilipendiado institucionalmente, bastante negado por el Estado: Chito de Mello era de Rivera, de la capital incuestionable de ese accidente histórico, de ese conflicto tan bello llamado “frontera”. Es el cantor que más ha encarnado lo contestatario de ser de un lugar que no es lo que el paradigma nacionalista espera. La frontera fastidia y fascina. Y como si fuera poco para florearse en el tema, la frontera más cruda, la de su rabia dolida, es la del hambre heredada, la piramidal, la de las clases que quieren progreso sin la alteración del orden jerárquico. Chito es la belleza del conflicto, la ternura rasposa, la verdad incipiente de quien sufre, pero no puede ni sabe llorar. Basta escuchar una canción para notarlo, de cualquier disco, en cualquier grabación: tiene la fineza y el caudal, cual Clementina de Jesús; la honestidad y la deuda con la cultura propia, cual Violeta Parra; la seriedad y el rigor artístico de un Yupanqui. Como dice Rubén Olivera: “No se equivoca nunca en ser quien es”.
Le pedí permiso a Gladys, su compañera, para esbozar esta nota, que quiere ser un humilde homenaje, pero no un réquiem. Chito de Mello no era melancólico, era muy memorioso y respetuoso del legado de la gente que ya no está. Lo demuestra la pieza “Mi Rivera de ayer”, que integra su último disco, ya prelanzado: Naunsó lápis de labio mastó nas boca. Viviana Ruiz me llamó la atención sobre el clima nostalgioso de esa música, sobre su delicada singularidad y sus “preciosas relaciones melodía-armonía-guitarra”. Es un vals de una belleza atemporal, en el que noto una hermandad de influencias históricas con Chico Buarque; tal vez las de la música de Noel Rosa y Silvio Caldas. No obstante, el Chito siempre estaba atento a todo lo que surgía, a mucha gente que siempre nombraba, a Andrés Rivero y su portuñol de cuneta, a Patricia Robaina, a Mario Rodríguez Lagreca y su guitarrismo misturado, a Fran de Souza y su visión contracultural, al Beto Carrasco, a Enrique da Rosa, a los trabajos de la Flaca Rivero y a Fabián Severo, a quien pedí unas palabras para acompañar esta nota.
Severo lo describió así: “‘Es un bagacera, que sólo canta eses bolazo’,2 me dijo el vendedor de discos, en la feria de la línea divisoria en Rivera, allá por el 2010, cuando le pregunté si tenía discos de Chito de Mello. Es así. El Chito no es unanimidad. Algunos creen que es un bagacera, otros creemos que es el principal poeta de la frontera. Cuando lo conocí, cuando fui a probar su guisito de arroz con hojitas de menta, cuando actuamos juntos, descubrí que estaba frente a uno de los artistas más auténticos que conocí, consecuente consigo mismo, que se mostraba tal y como era. No le importaban la fama, los discos, la prensa, los reconocimientos. Su compromiso era con su arte. Y esa puede ser la razón de su poética combativa, su tono de denuncia, su protesta, sus manifiestos sobre la cultura popular fronteriza. En un mundo de fotocopias, cuando uno se encuentra con el original, se deslumbra, se enamora, se arrodilla”.
Sin desconocer a los lingüistas, y sabedor del legado académico del brillante Luis Behares, Chito optó por usar el término “misturado” para referirse al acervo lingüístico de la frontera norte. Guta Leyes, compositor artiguense y estudioso de la cultura popular fronteriza, comulga con ese concepto para referirse a la lengua como soporte material de lo artístico. Natalia Bottaioli me recordó que en el disco de Chito editado por Ayuí, llamado, justamente, Misturado, el último tema es una milonga sobre la muerte que se llama “Coplas al pedo”. Cuando termina la canción, como si fuera un dejo, como un pregón en off, el Chito grita: “Me serve otra bulishero”. No hay resignación. Para él, peor que morir era ser servil o alcagüete.
Justo en este abril con tristeza de pecera, como nunca antes, cada quien en su pandemia; justo ahora, a contramano de todo, hasta del corona –dijera Ney Peraza–, se fue, el Viernes Santo, nuestro querido Chito de Mello. “Si eu morro, eu te aviso”, siempre nos decíamos, y como tú naun me avisaste nada eu tó te esperando firme porque hay que cantá.
1. De la canción “A Carlos Molina”, de Chito de Mello.
2. “Bagacera” o “bagaço”: el proletariado, el chinchaje, los más de abajo.
Pra mode calmá mias pena
Por Carlos Enrique “Yoni” de Mello
No sé cuántas veces su canto nos llevó a Moirones, a los saraos del campo, para recordarnos siempre de dónde venía: “De Livramento copio su acento/ pero no miento mi credencial/ soy de la sesta, duro de cresta, producto de esta Banda Oriental”. Pero sé cuánto vamos a seguir necesitando su compromiso poético con los más de abajo: “Vó m’imbora cum meus verso/ criollos como el mío-mío/ más náum me olvido dus pobre de Cuyía de Amarío”.
Nunca descubrimos nuestro antepasado familiar común: no le gustaba hablar de árboles genealógicos y prefería decir que nuestro gran parentesco venía por la guitarra. Pero un día se le escapó el nombre de un bisabuelo suyo, Coriolano de Mello, el nombre de un hermano de un bisabuelo mío, Jeremías de Mello. Por ahí saqué este otro parentesco: venimos del tronco común de aquellos dos hermanos inmigrantes portugueses que se asentaron en la cuenca del Yaguarí, en las inmediaciones del Paso de los Moirones y la Cuchilla de Amarillo, a mediados del siglo XIX.
Se crio luego en el barrio Insausti (“Laguna de Piñeiro, donde el negro Oriente me enseñó a nadar como un campeón”), sobre el Cuñapirú de la ciudad de Rivera, y mamó de una cultura que nos pertenece a todos los fronterizos, pero que nadie como él expresó con tanta propiedad lingüística. Domó el portuñol a punta de un talento innato, irreverente, como Bisio, como Olintho, pero con una bandera de reivindicación social. E hizo del dialecto de los humildes un instrumento de comunicación universal. Encima, le puso música, y fue reverenciado por la academia y la crítica especializada de Montevideo y Porto Alegre. Un fronterizo cabal.
Lo conocí personalmente, ya veteranos los dos. Sabía de su fama de guitarrero de boliches y piringundines de la frontera. Pero un día lo vi cantar en un festival en Curticeiras y me impresionó su potencia comunicativa en el dialecto de las clases más populares de la frontera. Nadie como él lo había hecho hasta entonces, con tanta crudeza y gracia a la vez. Eran los comienzos tardíos de sus discos y su gran popularidad. No andaba con vueltas para llamar a las cosas por su nombre, y en eso se hundía la raíz de su misterio. Heredero de Carlos Molina y Serafín J García, anarquista de cuna, libertario y libre, siempre se apoyó en su guitarra como única herramienta de trabajo. Vivió y murió con esa dignidad con que se mueren los pobres y los grandes.
Eso sí, teníamos un pacto: cruzábamos mensajes solamente por Sms y en verso. Teníamos prohibida la prosa. Los últimos que tengo registrados, de pocos días atrás, cuando esperaba en su casa la fecha de la operación, fue el siguiente:
—Muito triste y enjaulado/ me agarró esta cuarentena/ U Hugo Melo feshado/ y cerrado el bar Las Nenas –le dije.
—Eu taméin tó in cuarentena/ incerrado nu meu rancho/ béin tranquilo y lo más pancho/ Pra mode calmá mias pena –me contestó.