Cuatro de cada diez votantes no saben a quién votarían si las elecciones fueran el próximo domingo. Si fueran un partido, los indecisos ganarían la elección. Sólo que en ese caso dejarían de ser indecisos, aumentando aún más su desconcierto.
No es lo mismo “no sabe” que “no contesta”, por más que los cuenten juntos. Aquel que no quiere decir a quién va a votar y el que sabe perfectamente a quiénes no va a votar, evidentemente no califican como indecisos.
No hace tanto tiempo la indecisión era muy mal vista. Decir que estabas en el grupo de los indecisos era señal de desinformación, demostraba desinterés político, irresponsabilidad o falta de sentido cívico. ¡Lo que costó recuperar la democracia y el señorito no sabe o no contesta!, te decían. Ser indeciso era políticamente incorrecto.
Hoy es al revés, la inseguridad y la desconfianza surgen cuando conocés bien todas las opciones. En el actual escenario político, el indeciso es una persona bien informada.
Para definir el voto antes alcanzaba con conocer las propuestas de los diferentes partidos. Hoy, más que ideas, tenés que conocer a los familiares directos de los candidatos y potenciales funcionarios, que inexorablemente serán ubicados en los distintos puestos de gestión.
Con los políticos pasa como con las parejas, tenés que conocer a la familia porque, te guste o no, van a pasar a ser parte de tu vida. La diferencia es que en la pareja el personaje discordante suele ser la madre política, mientras que con los funcionarios de gobierno también son motivo de disputa el hermano político, el sobrino político, la nuera política, el consuegro político…
Somos el producto de nuestras decisiones y las pequeñas decisiones que tomamos cada día nos cambian la vida.
Comprar nafta en su propia estación de servicio, contratar a la novia del nene como secretaria, falsificar alguna firmita, hacer aportes al partido con una tarjeta corporativa, organizar una fiesta desorbitante, probablemente calificarían como pequeñas decisiones si quienes las tomaran no ocuparan grandes cargos.
La menor decisión tiene su beneficio y tiene su costo, es lo que propone la teoría del caos o el efecto mariposa, que sostiene que el aleteo de una mariposa en California puede generar un tornado en Japón. Como te digo una cosa te digo la otra, diría Mujica, que ejemplificó el efecto mariposa diciendo que mientras Sendic se compraba unos calzoncillos, en Argentina unas monjitas escondían bolsas con nueve millones de dólares.
Si las mejores decisiones se toman consultando con la almohada, ¿un somier no sería un oráculo? El “viejo Divino, ¿dónde vas?” ya no lo canta La Vela Puerca sino el ex vicepresidente, tratando de deshacerse de un colchón.
Hay dos tipos de decisiones: las racionales, que se toman con el cerebro, y las emotivas, que se toman con el corazón. Se dice que los hombres también pensamos con otro órgano. Si fuera así, el pensador más grande de todos los tiempos no sería Platón ni Aristóteles, sería el negro del Whatsapp. Entre los pensadores más importantes de nuestro país, junto a José Pedro Varela, Carlos Vaz Ferreira y José Enrique Rodó, nombraríamos al Chengue Morales.
Dicen que las buenas decisiones se toman en frío y las decisiones más importantes de la vida deben tomarse en soledad. Será por eso que nos hacen votar en un cuarto secreto y terminamos calientes.