La mesa “Escrituras eróticas”, prometía. La integraban dos pesos pesados, Roberto Echavarren y Hugo Achugar; una poeta, Melisa Machado, única mujer del panel, que reconoció no ser feminista, y Hoski, el más joven, un escritor cuyo nombre civil es José Luis Gadea, aunque es afín a adoptar heterónimos. No tardó en quedar en evidencia que los tres primeros tenían una idea sobre el erotismo y su representación literaria bien distinta a la de Hoski. Con franqueza y también con firmeza, conteniendo algún atisbo de indignación o cierto vicio didáctico, los cuatro presentaron argumentos en torno a la pregunta por el erotismo y la pornografía, interrogaron formas de decir literariamente el placer erótico y el placer del texto, y, por fin, alojaron en el debate las diferencias generacionales.
El diálogo comenzó después de una interpretación performática a cargo del actor y transformista Fabricio Guaragna, que fue despojándose de toda su ropa para intervenir sus atributos sexuales y poner en cuestión los límites genéricos. Echavarren, que ha explorado más que nadie en Uruguay los registros e inscripciones plurales del erotismo y las nociones de género y sexo, abrió el fuego respondiendo de alguna manera al acto mutante del transformista. Admitió que el cuerpo desnudo no le atraía, que le parecía banal, y que la pornografía actual satura. “Siempre me pareció erótico todo lo que envuelve el cuerpo, sean las calzas de un bailarín de ballet o de un roquero, o el pelo, que crea misterio, que oculta la cara, que no nos permite definir si esto es esto o es aquello, todo lo que obnubila la visión clara y distinta.” Cree que esos elementos producen una cierta intensidad y esta no tiene una definición erótica precisa: “Resbalamos fácilmente de lo erótico a lo estético cuando consideramos la construcción de una imagen; hay una estética que es la autoconstrucción de un cuerpo, y otra estética que es la producción de algo que está fuera, más allá de la construcción de la propia imagen. Todo lo que tiene que ver con el erotismo, para mí, es textura, el sex appeal de lo que está más allá de lo propiamente orgánico, lo que funciona alrededor del cuerpo y crea un halo, un aura. Eso es lo erótico para mí. No otra cosa”.
Melisa, autora de varios libros de poesía de fuerte tono erótico, estuvo de acuerdo. “El cuerpo que se expone en demasía no me resulta erótico, cuanto más escondido, más muestra. Lo mismo el lenguaje.” Por eso desde sus primeras poesías origina un juego de la palabra “que en su momento llamaron ‘neobarroso’ o neobarroco, compartido con Echavarren”, un juego con la palabra que se deconstruye y se convierte en otra cosa. De ahí que no haya una sintaxis clara, hay neologismos, arcaísmos, “es lo mismo que el pelo escondido, el pelo como manta, los juegos con el cabello y otras cosas, se convierte luego en una suerte de comunicación o incomunicación entre el hombre y la mujer, entre los hombres, entre las mujeres, en el cuerpo mismo, en la sexualidad, que no es tan genital sino que es un tema de comunión hasta física. Si el resultado es o no es una batalla o un juego de acercamiento, no lo sé”.
Por atrás o por delante, la metáfora. Hoski tiene 28 años y un público numeroso, de jóvenes sobre todo, que lo siguen con entusiasmo. Al decir sus poemas, o en los toques de su banda, La Nelson Olveira, ha practicado gestos provocadores, como desnudarse. Cree que quienes lo leen, o van a verlo, no lo hacen sólo por el contenido, sino por una forma de moverse en la vida, en la que no está solo. “Hace cinco o seis años que hay una movida muy fuerte de poesía oral, que sigue una tradición que tal vez arranque en los ochenta, una movida en el under, de música indie, de poesía oral, de lugares intelectuales.” Por otro lado, está la militancia del Gadea profesor de literatura, que lleva adelante, junto a algunos colegas, y apoyado por referentes de Enseñanza Secundaria, un ambicioso proyecto con jóvenes liceales que escriben poesía.
Hoski comparte la oposición teórica entre estéticas y reconoce que su literatura, en Poemas de la pija y en los cuentos recientes de Ningún lugar, donde la genitalidad y el sexo explícito abundan, es más pornográfica que erótica. Agrega que lo que intenta generar “no es ese efecto clásico de la erótica como la seducción de lo sexual unido al placer de la lectura”. Si bien sus libros son diferentes, parecen coincidir en una intención problemática y voluntariosa, “la de trascender el cuerpo desnudo, pero en vez de poner la metáfora delante de ese cuerpo desnudo, para sugerir, la idea sería mostrar todo y que esa imagen pornográfica termine significando otra cosa”.
En los cuentos de Ningún lugar el personaje de autoficción intenta, a partir de la experiencia pornográfica, “trascender metafísicamente, aunque sea en la degradación”. En Poemas de la pija el autor parece reírse de todo, también de lo erótico, y lo que describe es el acto mecánico del sexo. “Pertenezco a una generación más joven, donde la metáfora ya viene bastardeada en el consumo diario y existe la necesidad de destruirla. Yo parto de esa caída de la metáfora, pero al mismo tiempo, porque estoy influido por la literatura del blog, la música under, los lugares donde me muevo, he intentado ir un poco más allá, reunir las cuestiones posmodernas con la literatura universal, Dostoiesvski, por ejemplo, Onetti. Pero sí, es otra estética, otro lugar, aunque los dos paradigmas no dejan de ser comunicables, de hecho, en Poemas de la pija hay burlas y parodias a la literatura erótica, y homenajes al mismo tiempo, ya que uno de los poemas juega con Julio Inverso, con Luis Bravo, con Marosa, poetas que respeto muchísimo.”
¿El porno ya fue? Las propuestas son diferentes, tienen que serlo, también por un corte generacional. Los referentes directos de Hoski sustituyen la literatura erótica por la propuesta pornográfica en nuevos lugares literarios, como el chat y los más descarnados sitios de levante. Señala que no le interesa el porno por una pretensión meramente realista, sino por mostrar qué subjetividades se ponen en juego, por ejemplo cuando uno entra en un chat y negocia un encuentro, “algo ultra común, y no conozco tantos libros que lo traten”.
A Melisa la descripción literal de lo que ocurre, por ejemplo en la cámara o en el chat de la literatura de Hoski, le resulta mucho menos erótica “que la descripción sensorial de lo que sucede a nivel de la fisiología, la descripción de lo que ocurre en el cuerpo, en la periferia más que en el centro; construir ese hueco desde el vacío me resulta muy interesante, y dudo de que la metáfora vaya después”.
Hoski escribe sobre “el viaje que ocurre al ‘hacerse la cabeza’ a partir de la mirada del cuerpo desnudo, de lo obsceno o lo pornográfico. Cuando digo que la metáfora va después, es en el sentido de que sale a buscar otra cosa, lo que no puede ser nombrado; intenta, como dice algún personaje de Ningún lugar, que a partir de la obscenidad se llegue a la redención”.
Echavarren y Achugar hicieron hincapié en que todas esas cosas ya se hicieron y se dijeron. Achugar trajo a colación La apología del carajo, de Francisco Acuña de Figueroa, el autor de nuestro himno y antecedente lejano de una vertiente licenciosa en la poesía uruguaya. Recuerda que el erotismo, la pornografía, la obscenidad, ya estaban allí. “De algún modo, todos dialogamos con lo que se hizo antes, y le agregamos un rulo”, puntualizó. Curiosamente, a Hoski lo han comparado con Acuña de Figueroa, y aunque él ha dicho que no sabe si es la línea que seguiría, está de acuerdo con la necesidad de dialogar con el pasado.
En 2009 Echavarren publicó el libro Porno y post porno. Afirma allí que el posporno es una vuelta atrás a fin de entender lo que ya se hizo. “El último libro que en Estados Unidos tuvo problemas de circulación por pornografía fue El almuerzo desnudo, de William Burroughs, a fines de los cincuenta. Después, la intolerancia con el porno literario cedió y la problemática se trasladó a la imagen, fotografía, filmes, etcétera.” En “El fotógrafo de Manhattan”, uno de los tres relatos que reúne su reciente libro Archipiélago, Echavarren pone en escena el cuerpo “producido”, que es, para él, lo que suscita erotismo. “Es una experiencia de intensidad, no de literalidad”, subrayó.
Eros imaginado. Para Achugar lo erótico tiene que ver con lo que despierta la imaginación y no con lo que la destruye, que es el porno explícito, saturado. Lo erótico, para él, no es mostrar más, sino ese juego en que se oculta y se insinúa. El sugerir y no mostrar da lugar a una tensión. “Todo está en la palabra, en la mirada, y sobre todo en la imaginación.”
En 1996 Achugar publicó El cuerpo del Bautista, poemario de carga erótica. En su lectura del libro, el poeta Alfredo Fressia señaló que eran poemas poseróticos, la muerte del erotismo, un poco el final. Achugar invoca esos versos y reconoce que una parte se juega entre el Poema de la pija de Hoski y la metáfora pura. Lee y demuestra. “La galaxia toda salta incontenible desde mi pequeño/ diminuto ojo, boca, pez volador, plata y marfil./ Mi enhiesta vela arma el día (…). Fatal, unánime, la noche se instala y me come/ la cabeza,/ la cabeza glande,/ la ayuda, vertical/ iridiscente, central piedra del escándalo”. Se nombra algo, partes, sí, pero Achugar insiste en que a él lo erotiza la palabra que despierta su imaginación. “Tal vez sigo siendo un adolescente a la edad que tengo, 73 años, y vuelvo al momento previo a la masturbación, y para mí el onanismo está en eso que, ya sea por cómo está dicho o sugerido en la imagen, ‘me come la cabeza’, y no necesariamente es lo más explícito. Hay diferentes masturbaciones, y el onanismo literario quizá está en masturbarse con las palabras.”
[notice]Erótica y artes visuales
Por el ojo de la cerradura
Por Verónica Panella
Carne trémula. Las artes visuales, desde una perspectiva histórica, parecen atravesadas por obras y temáticas que desde diferentes lugares atienden formas y pulsiones de la seducción, la genitalidad, la carnalidad y el erotismo. Este posible acervo visual asociado al deseo podría, por decir algo, incluir desde desnudos griegos hasta sensitivas santas barrocas, o desde explícitos grabados japoneses hasta la transgresión máxima del desnudo por el desnudo mismo, de fines del siglo XIX. Sin embargo, más allá de esta aparente amplitud referencial, el tratamiento desde el arte occidental, heredero de una tradición judeocristiana, supone en sí mismo una forma de tensión y sospecha ante las obras como disparadoras de sensualidad, que deben ser neutralizadas en la legitimación temática o formal. En este sentido, las jornadas de Erótica Oriental, pensadas inicialmente para hacer un itinerario por la producción literaria, toma la posta de esta compleja relación entre deseo y visualidad, decidiendo construir una breve narrativa de imágenes que en un sentido amplio acompañan, más que ilustran a las palabras. Mercedes Bustelo, directora del Museo Zorrilla, nos sitúa en las características de la propuesta y de la selección de la obra: “El criterio no fue exhaustivo, no era la idea hacer una muestra de la erótica en las artes visuales, sino brindar un marco visual, un panorama de las inquietudes de la sensibilidad actual. Con respecto a la inserción de la erótica como tema en las artes visuales, me parece que desde hace varias décadas, en especial después de la dictadura, se da un despegue de temáticas y registros que puede tener como punto de partida a figuras como Hugo Longa, Carlos Musso y Carlos Seveso, y que estalla con la generación de los noventa. Quizás la dificultad pase por acercar al público a estas formas de expresión”.
Sexo ilustrado. Precisamente podemos entender que uno de los desafíos de la propuesta pasa por despertar la mirada entre neutralizada y escandalizada de un espectador promedio, saturado de corporalidades varias en horario televisivo central, y enfrentarlo a concientizar las contradicciones intrínsecas a esta sobreexposición. La propuesta enfatiza disparar el debate sobre esta tensión a la que Bustelo ve pendulando “entre la intolerancia y el acceso increíble a cualquier contenido. El desplazamiento de los límites de la censura tensiona por otra parte las multiplicidades de correcciones políticas, y es interesante plantearlo por ese lugar: ¿qué sensibilidades estamos atacando?”. Si bien en escena podemos extrañar algunos referentes ineludibles que potenciarían además el cruce generacional en la temática (Óscar Larroca o Álvaro Pemper, por mencionar algunos), la fugacidad del montaje y la disposición espacial son variables atendibles en el momento de definir la extensión y selección; y de cualquier forma la realidad que alcanzamos a atisbar es lo suficientemente amplia y representativa, temática y formalmente. A la busca de algunas coordenadas que nos guíen por esa cartografía podemos situar la obra de los ilustradores Fermín Hontou (Ombú), María Concepción Algorta (Maco) y Matías Bergara, que a partir de registros y soluciones particulares (las lúdicas invenciones con anclaje en una visualidad clásica en el caso de Ombú, una secuencia que alterna el juego de viñetas con el concepto de “hombre objeto”, para Maco, y un esteticismo con referencias a Aubrey Beardsley, en el caso de Bergara) transitan con sus obras el mencionado juego de problematización de la herencia visual de la temática erótica. El ideal clásico aparece también en la pequeña réplica del David que entabla una compleja convivencia junto a encendedores, ejemplares de Playboy y caparazones de moluscos que en otro contexto llamaríamos “conchas”, en la instalación de Gustavo Tabares, compartiendo con la pintura de Yudi Yudoyoko el juego al límite entre una cierta complejidad de referencias culturales (en el caso de Yudoyoko, con énfasis en la historia de las religiones) y el guiño cómplice al fugaz lector-dibujante de un baño público. También con referencias culturales diversas se nos presenta un Juan Burgos esencial, con un manejo casi monocromático en unas obras en las que enfatiza aspectos puntuales de su iconografía personal, en este caso casi centrada en la estética del tatuaje y su posibilidad transmigratoria del papel-piel como superficie sensible. Idea de espacio sensitivo que parece dialogar con la sensual belleza en los márgenes de la humanidad en la foto intervenida del rosarino Brian Ojeda, y más especialmente en el video de Pablo Bielli y sus paisajes corporales, cambiantes en su quasi abstracción, que a la vez suponen un guiño, en la exposición explicita de la genitalidad, a obras como “El origen del mundo”, de Courbet (1866).
Ilimitados. Las convenciones sobre sujetos y objetos de representación, habituales dentro de la temática (fundamentalmente, el cuerpo de la mujer expuesta y observada para el placer del varón), se resignifican cuando son las mismas mujeres las que se sitúan como protagonistas de la acción en la mencionada serie de Maco, en la que el objeto de exposición (y quizás de deseo) es el cuerpo masculino, las fotografías intervenidas de Mariana Méndez o, especialmente, la estética trans y el empoderamiento desde el soporte visual que aporta a la memoria de un colectivo, en la obra de Sofía Saunier. Esta idea de tensar los límites (del dolor, del placer, del sexo, del género) encuentra un desarrollo espacial en la performance que acompañó el inicio de la jornada del sábado, a cargo de Fabricio Guaragna, que da un giro a la idea de exposición haciendo del cuerpo (el suyo propio, sujeto de metamorfosis, y el del muñeco asexuado que es mutilado en el video) el campo de batalla de la identidad y de las posibilidades de ser. La brevedad del recorrido, la sensación de que apenas se ha atisbado la temática, deja una necesaria impresión de inconclusión, que en este contexto de cruce de fantasías generadoras tanto de erótica como de arte parece ser, precisamente, lo que corresponde.
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