A pesar del aumento del Pbi, de la baja del desempleo y de la disminución de la pobreza, la calle se siguió poblando. Hoy hay más gente viviendo en esas condiciones que hace cinco años (26,3 por ciento más a la intemperie y 59,4 más en los refugios), y ahora, antes de que dejen de respirarse los últimos aires de la bonanza económica, los caminos que dan a la calle son distintos que los de principios de los dos mil. Los “emisores”, como les llama el psiquiatra Esteban Acosta, o las instituciones que los llevan allí, son dos: la familia y la cárcel.
Los números le dan la razón a este especialista, que desde hace años brinda apoyo terapéutico a personas sin techo (véase “La calle y la cárcel se parecen”). El primer motivo para estar en la calle, entendiendo esto como el acto de dormir a la in...
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