Como ocurre con muchos padres, él tenía la candorosa convicción –y sobre todo el deseo– de que en algún sentido, y sin perjuicio de intereses e historias distintas, algo en mí terminaría pareciéndose a una versión suya pero mejorada. “Vas a ver que todo eso está ahí adentro”, me decía. “Lo que pasa es que yo me tengo que morir para que tú te destapes.” ¡Pobre papá! Se murió hace más de veinte años y yo sigo acá, con el corazón en un puño, luchando frente a la hoja en blanco y con unas ganas locas de decirle a Ana Inés, que me lo pidió para Brecha, que no hay caso, que desisto, que no puedo. Y sin embargo, a pesar de todo, queriendo intentarlo, porque ¿cómo le voy a fallar, nada menos que en su centenario? Entonces busco, busco y finalmente encuentro mis “palabras para Hugo” en el dulce y m...
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