«YO VOY CON USTEDES»
El presidente Donald Trump, empecinado en que la elección presidencial que perdió en noviembre fue fraudulenta, convocó a sus seguidores a una «manifestación salvaje» en el día en que el Congreso debía cumplir la ceremonia de contar y ratificar los votos, que, en el Colegio Electoral, dieron la victoria a su rival demócrata Joe Biden. Decenas de miles de trumpistas, provenientes de todo el país, se congregaron en un día frío y nublado en el parque de la Elipse, detrás de la Casa Blanca, hasta que, con una hora de retraso, Trump subió a un tablado y descargó casi una hora y media de quejas, mentiras, más quejas e incoherencias.
A la hora en que el Senado y la Cámara de Representantes iniciaban la sesión formal de ratificación de votos, Trump les pidió a sus seguidores que marcharan hacia el Capitolio para «impedir que nos roben la elección». «Iremos caminando y yo estaré allí con ustedes», dijo Trump poco antes de meterse en una camioneta blindada e irse a la Casa Blanca protegido por el Servicio Secreto.
De la Elipse al Capitolio hay unos 6 quilómetros de caminata por las avenidas que bordean el parque National Mall, y tal como ocurre en todo tipo de manifestaciones, poco a poco la multitud fue desgranándose y menos de 2.500 personas llegaron a la sede del Congreso. Los que llegaron, también como suele ocurrir, fueron los más militantes, que pronto se trenzaron a empujones con la Policía del Capitolio. El resto de lo sucedido está a la vista del mundo entero, en videos y fotografías de un asalto al Congreso sin precedentes en la historia del país.
Es posible que muchos de los trumpistas más fieles, que por años han aceptado las mentiras de Trump sin cuestionarlas, hayan creído que su líder realmente caminaría con ellos y estaría allí, al frente de la insurgencia. Lo cierto es que la asonada dejó al menos cuatro personas muertas, medio centenar detenidas, y decenas de manifestantes y policías heridos.
(CASI) UN FINAL MERECIDO
El intento de Trump de forzarle la mano al Congreso gracias a revoltosos aficionados coincidió con los resultados finales de la elección de senadores en el estado de Georgia, tras la cual los republicanos perdieron la mayoría en la Cámara Alta del Congreso. El resultado electoral conquistado por el primer hombre negro que representará a Georgia en el Senado y el senador más joven desde que Biden llegó al Senado en 1972 permitirá que el nuevo gobierno, con mayoría en ambas cámaras, pueda gobernar sin la obstrucción de los republicanos. El revés del oficialismo en Georgia se debió, en buena medida, a la interferencia errática de Trump, que tornó la votación estatal en un referéndum sobre un presidente bocón, soez y autoritario, cuando la cifra de enfermos con covid-19 supera los 20 millones y la de muertos por coronavirus sobrepasa los 350 mil.
En las últimas semanas, Trump había logrado arrear a más de 140 diputados y una docena de senadores en un intento por objetar los resultados del Colegio Electoral en la sesión del 6 de enero. La subversión del orden constitucional contaba con la semiaquiescencia del vicepresidente Mike Pence, quien habría de presidir la sesión, y del jefe de la mayoría republicana en el Senado, Mitch McConnell, quien por cuatro años acarreó agua legislativa al molino de Trump. La asonada, que interrumpió la sesión del Senado y la Cámara de Representantes y forzó a los legisladores a buscar refugio, protegidos por policías arma en mano, liquidó esa maniobra presidencial sin precedentes en más de 200 años de historia de la república.
Cuando en la noche se reanudaron las sesiones, el Congreso, tal como lo estipula la Constitución, formalizó los resultados del Colegio Electoral asegurando que el 20 de enero Biden asumirá la presidencia y Kamala Harris la vicepresidencia. McConnell pronunció un discurso breve y letal para la subversión trumpiana y Pence leyó los resultados, que es todo lo que la Constitución le atribuía como función. Como castigo adicional —y muy penoso para Trump—, Facebook y Twitter le cerraron temporalmente sus cuentas el mismo miércoles por la noche. Ayer, Facebook anunció que extendería la suspensión de Trump indefinidamente o al menos hasta que asuma su sucesor.
«Su decisión de usar la plataforma para condonar, en lugar de condenar, las acciones de sus seguidores en el edificio del Capitolio ha generado, con razón, la perturbación de mucha gente en Estados Unidos y alrededor del mundo», afirmó el propio Mark Zuckerberg. «Entendemos que los riesgos de permitir al presidente que siga usando nuestro servicio durante este período son sencillamente demasiado grandes».
DE CULPAS Y ESPECULACIONES
Políticos, exfuncionarios y exmandos militares y buena parte de la opinión pública se preguntan cómo los insurgentes lograron invadir el Capitolio sin mayor oposición policial después de meses de protestas callejeras en todo el país contra la brutalidad de esa misma Policía, protestas que fueron reprimidas a garrote, bala de goma, gases lacrimógenos y pelotones de seguridad uniformados para el combate. Legisladores demócratas y republicanos ya han prometido una investigación acerca de las medidas de seguridad. O de su ausencia. Varios de ellos han apuntado que si los revoltosos hubiesen sido negros, ayer habríamos estado contando otras cifras de muertos y heridos muy diferentes a las que dejó esta asonada.
Está la especulación cínica que toma en cuenta el resultado político de una jornada insólita en la historia estadounidense. Si las fuerzas de seguridad hubiesen intentado detener a la multitud que avanzaba hacia el Congreso, los trumpistas belicosos habrían dado batalla y las imágenes difundidas a todo el mundo habrían sido las de represión. El incidente, que escandaliza en un país donde poco se desprecia tanto como «el gobierno de las multitudes», ha levantado la discusión sobre la destitución de Trump o el recurso a la Enmienda 25 de la Constitución que lo declare incapacitado para ejercer su función. Algunos demócratas han mencionado la posibilidad de otro impeachment.
Trump, en un mensaje horas después del asalto al Congreso, prometió que habrá una transición pacífica del poder y de inmediato reiteró la gran mentira que enfogona a sus seguidores: la elección de 2020 fue fraudulenta. Es una falsedad desmentida por alrededor de 60 decisiones de tribunales, incluido el Tribunal Supremo de Justicia en el que Trump ha designado a tres de los nueve jueces, que debieron lidiar con querellas sin fundamento de pruebas. Es una falsedad desmentida por las decisiones de gobernadores estatales y funcionarios electorales, tanto republicanos como demócratas, que han validado los escrutinios. Pero es una falsedad en la que creen decenas de millones de votantes atrapados en la realidad alternativa con que Trump llega al ocaso de su presidencia.