Desde La ley de la ferocidad, en 2007, Pablo Ramos ha pegado en los lectores rioplatenses con la contundencia de sus historias al límite, su prosa directa y su buena literatura. Decir que “ha pegado” no es inocente. Aquel libro que arrancaba con la muerte del padre y estaba lleno de rabia llevaba un muñequito boxeador en la tapa y quería ser literariamente un golpe a la mandíbula del lector, pero además “pegaba” la droga, el alcohol, el sumergirse en el consumo de cocaína y alienarse en el sexo y sostenerse en la ira. Al mismo tiempo esa mitología dura, aunque también tierna y provista de humor, a veces reventada, se extendía al autor, que bajo el nombre de Gabriel Reyes hacía literatura de los escombros de su vida, como dijo una vez citando a Sartre, y venía a encarnar en tiempos del no-f...
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