La orquesta iba en ómnibus. Se llevaban de vuelta el concierto que habían dado en la ciudad A, para ofrecerlo en la ciudad B. Unos días después irían a buscarlo para llevarlo a la ciudad C. La que tocaba según los casos tercer clarinete, clarinete bajo, o nada, había sacado la cabeza por la ventana y disfrutaba del viento, que le cambiaba la configuración del pelo. No había viento, en realidad, pero el movimiento del ómnibus hacía que hubiera igual. Ese ómnibus no tenía ventanas que se pudieran abrir, pero la clarinetista había usado el martillo rojo que estaba en el medio para casos de emergencia y había roto el vidrio y por ahí asomaba la cabeza.
Estaba podrida de su trabajo. Como la mayor parte de sus compañeros de orquesta, odiaba la música y su mayor deseo era poder dejar ese tra...
Artículo para suscriptores
Hacé posible el periodismo en el que confiás.
Suscribiéndote a Brecha estás apoyando a un medio cooperativo, independiente y con compromiso social
Para continuar leyendo este artículo tenés que ser suscriptor de Brecha.
¿Ya sos suscriptor? Logueate