La ciudad respira. Se la puede escuchar crecer lentamente si se presta atención. La mayor parte de la gente está demasiado apurada o anestesiada para notarlo, pero la ciudad en la que vive desaparece, lista para ser remplazada por una nueva conjunción de acero y vidrio, torres impenetrables a las cuales no podrá acceder. Shanghái es una ciudad inabarcable, liminal, el símbolo de la nueva era y la destinataria de las fantasías tecnofuturistas occidentales que no hace tanto supo ser Tokyo. Una ciudad maldita, lista para expulsar a los “desechos de la revolución” que encarnan personas como Xiaomei, portadora de los ojos que pueden ver a Shanghái, y de la memoria viva de la China previa a la apertura capitalista.
Ella –y de otra manera Ziggy Stardust– son el centro de esta novela fragmentaria...
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