En los tiempos en que en los bancos de las escuelas había un pequeño depósito de porcelana para la tinta con la que entonces se escribía, el pequeño Rafael Romano se puso a jugar con el tintero y derramó su contenido por todo el pupitre. Esa travesura le aparejó la expulsión del colegio.
Los padres del inquieto niño se vieron obligados a trasladarlo a una escuela fuera del barrio, y fue a la escuela Artigas, donde tuvo la suerte de encontrarse con un director muy especial: el maestro Julio Castro, el legendario redactor de Marcha, que más tarde, ya en su vejez, fuera asesinado por un agente de la última dictadura. Romano recuerda con afecto a aquel director que, dice, los trataba como a hijos.
Era el tiempo en que se anunciaba la primera dictadura del siglo XX en nuestro país. La enseñanza...
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