“Uruguay: país de emigración” no era solamente el título de un recordado libro de César Aguiar. Era un síntoma decisivo de lo que éramos. La prueba de que “la matriz de la estructura social consolidada a fines del siglo xix impone al país una ‘necesidad’ permanente de reducción relativa del volumen poblacional”, escribía Aguiar. Uruguay era una patria de desterrados.
Y para que nadie creyese que eso se solucionaba con paños tibios, el sociólogo explicaba que venía de bastante más lejos de lo que se pensaba, “probablemente” de 1885. El “monocultivo” extensivo de ganado, el alambrado y el ritual de entredegollarnos cada tanto, expulsaban desde entonces a una población rural que buscaba suerte mayormente en Argentina, pero también en Río Grande del Sur.
En los legendarios días de don Pepe Bat...
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