Están en nuestra raíz, en los sedimentos sepultados de los orígenes. Una de ellas recibió a Solís, allá en el siglo xvi, poniéndolo en la situación ideal del acosado: tormenta por un lado, indios poco amigables –en un decir, políticamente correcto– por otro. Y no permanecen, porque no está en su naturaleza, pero siempre vuelven.
Las tormentas son movedizas por definición, usan táctica de guerrilla, atacan y se van, y cuando todos piensan que la película terminó y viene una duradera paz de suaves brisas, zas, aparecen a arruinarlo todo. Gracias a ellas tenemos un envidiado récord de barcos de todo porte, época y tamaño, sumergidos en las aguas profundas de nuestro litoral costero.Lo que es duradero es la memoria de las tormentas. Como en el poema de Nervo, “quien la vio no la pudo ya j...
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