Alguna vez lo definieron como “un político de película de Hollywood”. Razones no faltaban. Su vida fue un permanente ascenso en medio de las turbulencias de la Rusia de Ieltsin. Un país que se tambaleaba, como un gigante ebrio, en una transición que alternaba la euforia de las fortunas que literalmente nacían de la noche a la mañana con la resaca de los costos sociales de lo que luego se conocería como “la Gran Depresión”. Tuvo su ascenso, su momento en que arañó la gloria con la punta de las uñas, su enfrentamiento con un villano al que tampoco le falta materia prima para el celuloide, y una muerte de thriller. En una semioscura calle de Moscú, a pocas cuadras del Kremlin, acompañado por una de las muchas mujeres hermosas que formaron parte de la trama de su vida, el 27 de febrero, a los ...
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