En la noche del 20 de setiembre de 1984 la Plaza de Mayo albergaba alegría, rabia contenida y la dolorosa memoria de unas 70 mil personas que esperaban el momento exacto en que el escritor Ernesto Sábato entregara en el salón blanco de la Casa Rosada el informe final de la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (Conadep) al presidente Raúl Alfonsín. Era el primer resultado concreto de la democracia que aún no había cumplido un año de vida. Más allá de la plaza se erguían las sombras de los años pasados corporizadas en las tres fuerzas armadas, la Policía Federal y las provinciales, la Iglesia y un sector sindical y empresario que desconfiaban de esa obstinación por revisar el pasado reciente.
Parido al cabo de nueve meses, el informe iba a ser la llave para los juicios en los ...
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